sábado, 24 de octubre de 2009

La obediencia, el control social y el experimento de Milgram

Hola a tod@s.

En este artículo, vamos a alejarnos un poco de la historia y la política y enfrentaremos nuevos campos como la psicología o la sociología. En artículos anteriores hemos tratado hechos significativos que a lo largo del tiempo han dejado su marca en la historia. Estos sucesos, en muchas ocasiones incluían asesinatos, torturas y otras conductas criminales. En este caso trataremos de investigar cuales son las causas y el proceso que lleva a determinados individuos a participar en estas acciones. Dejando de un lado motivaciones materiales que pueden ser la justificación de este tipo de comportamiento, nos centraremos en los mecanismos que llevan al ser humano a aislarse de cualquier sentimiento de conciencia y de responsabilidad sobre sus actos. Para ello, repasaremos algunos experimentos psicológicos y sociales que arrojan alguna luz sobre este tema.

El experimento de Asch.

El final de la segunda guerra mundial hizo públicos los horrores cometidos durante el conflicto por el régimen nazi. Mas allá de la violencia propia de una confrontación bélica, la opinión pública internacional no podía explicar como en Alemania, se había podido encadenar una atrocidad tras otra hasta institucionalizar de esa forma el asesinato y el genocidio. En los juicios de Nuremberg y en otros procesos que siguieron al final de la guerra, casi la totalidad de los acusados alegaron que en su participación en estos hechos, se limitaron a cumplir órdenes. Para la comunidad internacional, parecía impensable que la jerarquía de mando fuera capaz de anular cualquier indicio de reparo moral o respeto por los derechos humanos.

En 1951, Solomon Asch y su equipo realizan una serie de experimentos para analizar en detalle el poder de conformidad de grupo y el comportamiento gregario. Para ello, reunían un grupo de estudiantes en un aula a los que mostraban en una pantalla lineas verticales de diferente tamaño asociadas a una determinada opción, a, b o c. Más tarde se mostraba a los mismos en la pantalla una única linea para que identificaran su longitud con alguna de las opciones previas. En cada grupo, sólo uno de los estudiantes era el sujeto de observación, el resto, seguían las instrucciones del profesor Asch al pronunciar su respuesta. El objetivo del experimento era el de determinar si tras varias respuestas falsas, los sujetos de investigación se veían influidos por la dinámica de grupo y modificaban su respuesta en función de las contestaciones de sus compañeros. Este experimento es conocido como el experimento de Asch.

Aunque la mayoría de los alumnos contestaron correctamente, muchos demostraron un profundo malestar al responder de forma contraria al resto del grupo y un 33% de ellos, llegaron a modificar su respuesta optando por la solución mayoritaria. Los resultados de este estudio, demostraron que incluso en pequeños colectivos, el condicionamiento social de los individuos podía llevarlos a rechazar su percepción adoptando el criterio general.

El experimento de Robber's Cave.

De forma paralela, en 1954 los investigadores Muzafer y Carolyn Sherif idearon un estudio para analizar los fenómenos de exclusión y prejuicios en grupos sociales. En el experimento de Robber's cave (la cueva de los ladrones, nombre del parque estatal donde se realizó el mismo), se organizaron dos grupos de adolescentes de 11 años y se ubicaron en diferentes puntos del parque. Con la intención de que la integración de los muchachos con su grupo se realizara de la forma más rápida y eficaz, se reclutó para el experimento a chicos que no tuvieran un conocimiento previo, igualmente, todos pertenecían a grupos sociales similares. Durante los primeros días, se encargó a cada grupo organizar el campamento y asignar entre sus miembros las diferentes tareas. Sorprendidos, los experimentadores comprobaron que muy pronto, en cada uno de los grupos se establecieron jerarquías sociales internas y un fuerte vínculo de cohesión.

La segunda parte del experimento era la de forzar el encuentro de ambos clanes y provocar fricciones y desencuentros entre los mismos. Ninguno de los dos grupos sabía nada acerca de la existencia de su rival. El encuentro entre ambos se produce a partir de las tareas asignadas a cada bando. Este desconocimiento, provocó desde el principio la hostilidad entre ambos grupos. Para aumentar la tensión entre las dos facciones, los investigadores organizaron competiciones deportivas e intelectuales donde la victoria equivalía a la obtención de privilegios por parte del grupo vencedor o de la perdida de los mismos por parte del bando derrotado. La hostilidad y la beligerancia que estas actividades provocaron en los adolescentes obligaron a los investigadores a dar por finalizada de forma prematura esta fase del estudio ante el riesgo de que los enfrentamientos entre ambas facciones, pudieran conllevar algún tipo de amenaza.

La última fase del experimento consistía en fomentar la unidad entre los grupos rivales a partir de actividades y pruebas de cooperación entre los mismos. Los investigadores comprobaron que compartir una meta u objetivo común se transformaba en el principal vínculo de cohesión entre ambas facciones. El éxito de esta tercera parte del estudio fue tan rotundo, que ambos grupos insistieron en volver en juntos en el mismo autobús.

Del experimento de Robbers's Cave se obtienen varias conclusiones muy interesantes. La primera es la rapidez con la que se establecen jerarquías y roles sociales cuando se forma un nuevo grupo. A partir de este inicio, el grupo comienza a actuar como una comunidad y este hecho parece la base que rige este comportamiento. En segundo lugar resulta también evidente la facilidad con la que se generan tensiones y rivalidades entre dos grupos aislados. Estos son los mecanismos a través de los que se originan los prejuicios cognitivos que en muchas ocasiones, tiene su raíz en el desconocimiento. Por último, queda demostrado que una meta o riesgo común se convierte en el principal factor unificador de un colectivo. Este objetivo se convierte en una prioridad dejando al margen disputas internas o desacuerdos. Este es un hecho que políticamente se utiliza con frecuencia. La guerra de las Malvinas que Argentina emprendió en 1982 contra Gran Bretaña fue un intento desesperado de cohesionar una sociedad en claro proceso de desintegración. La teoría nazi del lebensraun o espacio vital, se elaboró con el mismo objetivo de unir un pueblo herido en su orgullo tras la derrota en la gran guerra. Durante la guerra fría, la amenaza de aniquilación ante el enemigo fue la herramienta que utilizaron ambos bandos sin interrupción para exigir el compromiso de sus ciudadanos. En los últimos tiempos, el terrorismo internacional se presenta con frecuencia a la opinión pública como una amenaza similar.

El experimento de Milgram.

Sin lugar a dudas, el estudio sociológico más sorprendente de los realizados en este sentido tiene lugar entre 1961 y 1963 en la universidad de Yale y se conoce con el nombre de experimento de Milgram. Pocos meses antes, en Jerusalén se había condenado a muerte al criminal nazi Adolf Eichmann, que tras una operación del mossad en Argentina, había sido llevado a Israel para ser sometido a juicio. A lo largo de todo el proceso, emitido en televisión, Eichmann alegó que todos sus actos criminales habían sido cometidos obedeciendo órdenes superiores. De alguna forma, el experimento de Milgram está relacionado con esta defensa. El objetivo del estudio no era otro que el de establecer los límites reales de la obediencia a través de proceso complejo que sometía a diferentes individuos a situaciones de estrés donde sus principios personales eran enfrentados a la obediencia ciega.

Para desarrollar su experimento, Milgran contaba con tres colaboradores. Uno de ellos era el investigador a cargo de la sesión. Los otros dos eran los supuestos sujetos de la investigación que debían desempeñar los papeles de alumno y maestro, aunque realmente, uno de ellos estaba de acuerdo con el investigador. Entre estos dos individuos se realizaba un falso sorteo con unos papeles donde era asignado el rol de cada uno de ellos al azar. En realidad, ambas etiquetas asignaban el papel de maestro por lo que el falso sujeto de investigación, asumía siempre el papel de alumno. A continuación el investigador explicaba al maestro y al alumno el proceso de la sesión. El maestro debía realizar al alumno diferentes preguntas que junto a sus respuestas eran suministradas por el investigador. En caso de que se ofreciera una respuesta errónea, el maestro (único sujeto de investigación real) debía aplicar a través de un panel de control en su mesa una descarga eléctrica al alumno. El voltaje de esta supuesta descarga variaba entre los 30 y los 450 voltios. Para ello se emplearían varios electrodos sobre el cuerpo del alumno. Antes del inicio de la experiencia, se aplicaba una mínima descarga tanto al maestro como al alumno para que comprobaran los efectos de la misma. El objetivo de esta prueba era comprobar hasta que punto un individuo presionado por una autoridad jerárquica, en este caso el investigador, era capaz de infligir dolor y sufrimiento a otra persona.

Con excepción de la descarga inicial, no se producía durante el desarrollo de la sesión ninguna nueva descarga. El maestro y el alumno eran separados para evitar el contacto visual entre ambos. Con anterioridad se habían realizado grabaciones con gritos y lamentos de dolor que se reproducían cada vez que el maestro aplicaba alguna descarga. El aumento del voltaje se elevaba progresivamente igual que la intensidad en las protestas y lamentos del supuesto alumno. A partir de los 300 voltios, el alumno dejaba de emitir ningún tipo de respuesta y el maestro era forzado a continuar con la prueba a pesar de ello.

Antes de comenzar el experimento, el equipo de Stanley Milgram estimó cual sería el resultado del estudio en función de encuestas realizadas entre adultos de clase media, estudiantes y psicólogos. Promediaron que la medía de voltaje a partir de la cual la prueba concluiría por la negativa del alumno a continuar sería de 130 voltios. Consideraron que el porcentaje de individuos que aplicarían el voltaje máximo se reduciría a unos pocos sádicos. Sin embargo, la experiencia obtuvo un resultado del todo inesperado.

Comprobaron que el 65% de los sujetos de investigación llegaron a aplicar el voltaje máximo de 450 voltios, si bien la mayoría de ellos, mostraron su disconformidad y cuestionaron los métodos de la prueba a lo largo de su desarrollo. Ninguno de los sujetos de investigación detuvo el experimento antes de los 300 voltios, nivel donde el alumno dejaba de emitir señales de vida. En casi dos tercios de los casos, la presión del investigador conseguía llevar el experimento hasta su límite. A pesar de la escasa justificación de la supuesta tortura aplicada y del hecho de que el papel del maestro y del alumno eran asignados en principio de forma aleatoria, los resultados de las pruebas demostraron que la obediencia a una figura jerárquica, se mostraba la mayoría de las veces capaz de vencer los valores personales de los individuos.

Se realizaron diversas variaciones del experimento en diferentes países y se obtuvieron resultados similares. Se comprobó que el prestigio de la institución donde se realizaban las pruebas resultaba un factor importante a la hora de que la presión del investigador diera su fruto (se realizó la misma experiencia a través de una entidad comercial y el porcentaje que alcanzó el límite de voltaje se redujo al 47,5%). De igual forma se verificó que el contacto visual del alumno, o el hecho de que el investigador se comunicara por teléfono con el maestro reducían sensiblemente el éxito de la prueba. En la casi todos de los casos en los que dos investigadores presionaban al maestro para continuar con el test, el voltaje aplicado era el máximo.

Los resultados del experimento de Milgram sacudieron a la comunidad científica internacional. Se criticó la ética de un estudio donde se sometía a los sujetos de experimentación a un estrés tal que les obligaba a llegar hasta el final del test. Se cuestionó la validez de los resultados del mismo por estos motivos. Lo cierto es que ni Stanley Milgram ni sus colaboradores esperaban llegar a estas conclusiones y comprobar que la autoridad del investigador llevaba en muchas ocasiones al maestro hasta el límite de la prueba. En cualquier caso, se puso de manifiesto la capacidad de la obediencia para hacer abandonar a un individuo sus principios morales y su capacidad para hacer infligir sufrimiento.

El experimento de la cárcel de Stanford
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Una década más tarde, uno de los colaboradores de Milgram, Philip Zimabrgo, llevó a cabo el experimento de la cárcel de Stanford. Para este conocido estudio, financiado por la marina de los Estados Unidos, se reclutó a veinticuatro jóvenes a través de anuncios en los periódicos y otros medios. La mayoría de los individuos seleccionados eran blancos, de clase media y todos eran estudiantes universitarios. Los participantes eran divididos en dos grupos, doce de ellos serían los guardias y otros doce los prisioneros. Un investigador realizaría las labores de alcaide y el propio Zimbardo, sería el superintendente.

Se recreó una prisión ficticia en el sótano de la facultad de psicología de la universidad de Stanford. El día del inicio del experimento, agentes de policía que colaboraban con la investigación, realizaron los arrestos de los doce prisioneros. Entre los guardias se repartieron uniformes, porras y gafas de espejo para evitar el contacto visual directo con los prisioneros. Estos últimos fueron obligados a llevar únicamente batas de muselina y sandalias. Uno de los objetivos del estudio consistía en fomentar la desindivilualización y la desorientación de los reclusos a través de estas acciones. Con ello buscaban situar a los prisioneros en una situación de inferioridad. Los guardias fueron advertidos de que a excepción del uso de la violencia física, cualquier otro tipo de acción destinada a mantener el orden en aquella prisión imaginaria, estaba permitido.

El experimento consiguió sus objetivos de forma vertiginosa. El segundo día, se desató un motín entre los reclusos. Para controlar a los prisioneros, los vigilantes hicieron uso de los extintores sin el consentimiento de los supervisores. Desde este punto, tanto los prisioneros como los guardias se identificaron completamente con su rol. Para evitar que se repitieran sucesos similares, los guardias trataron de dividir a los prisioneros separándolos en celdas diferentes en función de su conducta y haciéndoles creer que entre ellos había varios informantes. Pronto, los prisioneros rebeldes comenzaron a ser sometidos a vejaciones, humillaciones y castigos físicos. La higiene, la comida o incluso ir al baño se convirtieron en un privilegio para los reclusos que se otorgaba según su docilidad. Los castigos aplicados a los prisioneros, a los que en muchas ocasiones se le despojaban de sus colchones o se les obligaba a realizar tareas degradantes como limpiar los retretes con las manos, alcanzaron cada vez mayor sadismo. Varios intentos de fuga radicalizaron la actitud de los guardias.

Varios reclusos comenzaron a desarrollar trastornos psicológicos y emocionales. Los llantos, lamentos y el pensamiento desordenado se volvieron un hecho común en la prisión. Dos de los reos sufrieron traumas tan severos que tuvieron que ser reemplazados. Uno de los prisioneros de reemplazo, al descubrir las condiciones inhumanas de sus compañeros inició una huelga de hambre. El prisionero fue encerrado en solitario, humillado y presentado ante el resto como un alborotador. Se ofreció al resto del grupo entregar sus mantas para que este prisionero no fuera aislado pero esta oferta fue rechazada. Los guardias comprobaron como la efectividad de las acciones orientadas a dividir a los reclusos aumentaba su efectividad gracias a las humillaciones y actos degradantes. Las críticas que acerca de las instalaciones y las condiciones higiénicas y morales de los prisioneros realizaron personas ajenas al estudio, llevaron a Philip Zimbardo a suspender el experimento seis días después de su inicio y dos días antes de lo previsto. Los guardias demostraron su profundo malestar por el final precipitado del proyecto.

El experimento de la cárcel de Stanford pone de manifiesto el poder de la autoridad. Cuando la violencia o la represión se institucionalizan, es posible encontrar una justificación a los castigos, la humillación y el trato vejatorio. De igual forma, defiende la idea de que el comportamiento humano se basa más en la la situación en la que se encuentran los individuos que a su predisposición (ideas o valores personales). Según Zimbardo, la situación de autoridad en que se ubicó a los guardias los lleva a la aceptación de este hecho y el menosprecio de los prisioneros. Lo mismo sucede en el caso de los reclusos, ya que según los resultados de la experiencia, estos aceptan su posición de inferioridad frente a los vigilantes. Dando validez a los resultados de esta investigación, podría concluirse que los valores personales del individuo, se crean o se transforman en función de la situación de los mismos. En caso de que esto sea cierto, las posibilidades de modificar la conducta de los ciudadanos a través de estrategias de control social, son aterradoras.

Sin embargo el experimento de Stanford ha sido muy criticado no sólo por la falta de ética del mismo, sino también porque se cuestiona que por su desarrollo, se pueda extrapolar a situaciones reales. Los detractores de este estudio, entre los que se encuentra Erich Fromm, consideran que la internalización del papel a desempeñar por parte de guardianes y presos condiciona su conducta. Como si sólo se tratara de un juego de rol, donde los participantes actúan muchas veces como personajes, se cuestiona que los resultados obtenidos en caso no ser una simple simulación fueran los mismos. También se critica que una experiencia realizada con un grupo tan reducido pueda ser tomada como significativa. En cualquier caso, incluso los investigadores que participaron en el proyecto, aseguran haberse implicado de forma sustancial en el mismo.

La tercera ola
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Fuera del ámbito académico y universitario, también se realizaron estudios relacionados con estas cuestiones. En 1967, en Palo Alto, California, el profesor Ron Jones ideó un experimento para tratar de explicar a sus alumnos como el nazismo se había introducido en la sociedad alemana del periodo de entre guerras. Para ello dedicó una clase completa a imponer una mayor disciplina entre sus alumnos y creó una serie de estructuras formales a la hora de realizar preguntas o levantarse y sentarse al empezar o terminar la clase. Al día siguiente, enseñó a sus alumno un saludo propio y les informó que todo aquel decorado se trataba en realidad de un movimiento de carácter nacional. Sorprendentemente, el esfuerzo académico y la implicación de los alumnos en el experimento fue muy importante.

Pronto, estudiantes de otras clases acudían a la clase de historia. El profesor Jones, enseñó a sus alumnos el método para iniciar en el movimiento a nuevos adeptos y en pocos días, varios cientos de alumnos del instituto pertenecían a la tercera ola (nombre con el que identificaron a este nuevo grupo). Rob Jones se sorprendió de que la fidelidad de los miembros con la asociación fuera tal, que incluso comenzara a recibir denuncias de estudiantes que acusaban a sus compañeros de un comportamiento contrario a las leyes del movimiento. Intimidado con los resultados obtenidos durante su experiencia, Jones decidió poner fin al proyecto. Para ello explicó a sus alumnos que al día siguiente les mostraría un vídeo del líder nacional de la tercera ola. En lugar de esto, mostró a sus alumnos un documental sobre el nazismo y explicó a sus estudiantes la analogía entre el proceso de asentamiento del nazismo en Alemania y el experimento de la tercera ola.

Control social
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Estos estudios presentan características comunes. Todos se relacionan con métodos de control social y manipulación. Por lo general pensamos que la conducta de un individuo viene marcada por sus valores personales o ideales, pero estas experiencias ponen de manifiesto que estos principios pueden verse influidos de forma sustancial por diversos factores. El experimento de Asch demuestra que la tendencia gregaria o de asumir los principios mayoritarios o sociales puede en muchos casos minar la voluntad del individuo hasta el límite de modificar su percepción. Los experimentos de Milgram y de la cárcel de Stanford tratan de poner de manifiesto como la institucionalización de la represión y una posición de autoridad sirven como justificación para comportamientos inhumanos y de sadismo. Estudios como el de Robber's cave o la tercera ola nos muestran como se forma un sentimiento de superioridad en un grupo cerrado y como esa exclusividad provoca el rechazo o menosprecio de otros colectivos.

Los resultados de todas estas experiencias conmocionaron a la sociedad y a la comunidad científica. Todos tienden a indicar que los principios individuales pueden ser manipulados y modificados desde el ámbito social e institucional. Esta terrible aseveración, ha sido muy bien acogida en cambio por servicios de inteligencia, grupos políticos y organizaciones similares que a través de procesos análogos intentan influir y condicionar la conciencia social. Si damos valor a estas teorías, la posibilidad de que se repitan los sucesos que llenaron de horror la historia del siglo XX es mucho más real que la imagen que del mismo queda en nuestra memoria. En una sociedad donde aceptar las ideas predefinidas y el pensamiento único son un ejemplo de normalidad, en un mundo donde los convencionalismos se convierten en filosofía, el riesgo de que nuestra sociedad se convierta en el brazo ejecutor de estos crímenes, sigue vigente.

Siempre tengo la sensación de haber escrito demasiado. Cuando empecé a leer sobre este tema me pareció una oportunidad excelente para justificar este blog. A pesar del esfuerzo que supone recabar información y formar una opinión personal acerca de una cuestión, este es el único medio de que disponemos para asegurar la independencia de nuestro criterio. El principal objetivo de estos artículos es el de invitar a sus lectores a formar y justificar sus propias opiniones. Si somos capaces de hacerlo, las posibilidades de que seamos manipulados se veran reducidas.

Un cordial saludo.

HUNTER

2 comentarios:

  1. Te voy a estrenar los comentarios de esta entrada.
    Sólo quería recomendarte, si no las has visto ya, estas dos películas que tratan temas relacionados con tu artículo.
    La primera es "La ola" (http://www.filmaffinity.com/es/film695239.html) y la segunda, del mismo director que "El hundimiento", es "El experimento" (http://www.filmaffinity.com/es/film156441.html)
    Saludos!

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  2. la del experimento ya la he visto, no está mal. me hablaron de la película la ola mientrás escribía el artículo. desde entonces me han quedado ganas de verla. cuando tenga un rato la veré seguro. gracias por el comentario y por tener la paciencia de leer el artículo entero.

    saludos

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