martes, 29 de septiembre de 2009

Los mecanismos de la violencia social y el terrorismo

Hola a tod@s.

Este mes se ha cumplido el octavo aniversario de los atentados contra las torres gemelas. Realizar un análisis de los resultados de la supuesta guerra contra el terrorismo que en aquel momento declaró la sociedad occidental frente a un enemigo invisible, ofrece un panorama desolador. En primer lugar es evidente que desde entonces, ni siquiera se ha alcanzado un acuerdo sobre la política para llevar a cabo esta tarea. Las intervenciones en países como Afganistán o Irak han supuesto y suponen aun un enfrentamiento entre la comunidad internacional, las decisiones unilaterales de los gobiernos en este tema han elevado el clima de tensión mundial hasta límites desconocidos desde el final de la guerra fría (basten como ejemplos la intervención de Estados Unidos en Irak o sus amenazas a Irán o Corea del Norte o la guerra en Georgia) y las campañas emprendidas contra el terrorismo han ofrecido un pobre resultado cuando no un completo fracaso. Lo más significativo y dramático es que el número de acciones terroristas a lo largo y ancho del planeta ha sufrido un aumento considerable. Ejemplos como los atentados de Madrid, Londres, Bombay, oriente medio o Pakistán ilustran este hecho. En lugar de arrinconar el terrorismo internacional, las medidas tomadas por los gobiernos occidentales en esta lucha parece no haber hecho más que extender el problema.

En cualquier caso, limitar este análisis a los hechos acaecidos en el mundo desde el 11 de Septiembre de 2001 nos ofrece sólo una visión parcial del problema. El problema del terrorismo radica en su fondo en el papel de la violencia en la sociedad. Los resortes que dan lugar a este tipo de acciones entierran sus raíces profundamente en la sociedad y sus valores y a partir de estos mismos principios, tratan de justificarse. En definitiva, el ambiguo valor que en la sociedad se otorga al uso de la violencia, es el origen de los argumentos que esgrimen los grupos terroristas para desarrollar su actividad.

Tanto históricamente como en el presente, encontramos gran cantidad de ejemplos sobre el uso y justificación de la violencia fuera de la legalidad por parte de estados, países y organizaciones internacionales. Algunos de estos ejemplos han llegado ha convertirse con el tiempo en hechos históricos celebrados por sus consecuencias que han quedado al margen de cualquier tipo de juicio ético o moral. Sin embargo, los mismos mecanismos que han servido de justificación al estado para llevar a cabo este tipo de acciones son los empleados por los grupos terroristas en la actualidad y la mistificación de los mismos que es promovida por los gobiernos y las bandas armadas, tampoco se diferencian en esencia. Veamos algún ejemplo concreto.

A principios de la segunda guerra mundial, Reinhard Heydrich se convierte en el nuevo reichprotektor de Bohemia y Moravia imponiendo con mano de hierro la política de represión nazi en el protectorado. Las ejecuciones y deportaciones se suceden y las ss se plantean importar esta política a otros territorios ocupados como Holanda o Noruega. Para evitar que este hecho pueda perjudicar la actividad de la resistencia en los países ocupados, los servicios de inteligencia británicos se plantean la acción de un comando para eliminar a Heydrich. Dos miembros de la resistencia checa son entrenados en Inglaterra para esta misión y el 27 de mayo de 1942, se realiza un ataque con granadas de mano contra el coche de Heydrich que tendrá como resultado su muerte unos días más tarde. Los miembros del comando se refugian en una iglesia pero son delatados y al verse acorralados, se suicidan. El asesinato de Heydrich trajo como consecuencia una campaña de represión por parte de las ss en todo el protectorado que incluyeron la matanza de Lidice. En total, más de 1300 personas fueron ejecutadas.

Con el paso de los años, los dos miembros del comando asaltante, Jan Kubis y Josef Gabcik, se han convertido en héroes nacionales y un símbolo de la resistencia checa a la ocupación nazi. Igualmente, desde 1943 es conocido que los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses trabajan con intensidad en preparar un atentado para acabar con la vida de Adolf Hitler y precipitar el final de la guerra en Europa. Los diferentes proyectos para acabar con la vida del tirano cuentan con la aprobación de los países aliados y por supuesto, con su justificación moral.

Sin embargo y en esencia, se trata en cualquier caso de actos terroristas. Estas acciones, incluyen la intervención de los servicios de inteligencia en un país extranjero, la ejecución sin juicio fuera de la legalidad y una acción de comando. Los crímenes cometidos por el régimen nazi, la importancia de los objetivos seleccionados para estas acciones, la situación desesperada y el estado de guerra sirven como justificación para estas acciones. El problema es que de igual forma plantean una duda real. ¿Puede el estado de derecho en una situación de emergencia recurrir al uso de la violencia fuera de la legalidad? Es una pregunta de difícil respuesta ya que en esta casi siempre ha de incluirse un factor ideológico. La ampliación del derecho del estado a recurrir a la violencia puede llegar a justificar actos como los fusilamientos sumarios en el frente nacional durante la guerra civil, o las matanzas de Paracuellos del Jarama, o incluso, la solución final de los nazis para el problema judío. El mecanismo de razonamiento (no así sus argumentos), es el mismo.

Con esto no quiero convertir este artículo en un problema de relativismo moral, o comparar el asesinato de Heydrich o las tentativas para acabar con la vida de Hitler con la deportación y exterminio de la población judía por los nazis. Mi objetivo en cambio es el de destacar que sólo en casos de extrema necesidad y situaciones donde resulte imposible aplicar la legalidad y siempre aceptando a priori que este tipo de actos suponen un descrédito y una solución desesperada del estado, acciones de este tipo pueden encontrar cabida. Aun así, ¿Quién determina si el estado ha agotado sus posibilidades antes de ejecutar este tipo de actos? En esta misma dinámica arbitraria, encuentran su justificación las organizaciones terroristas actuales.

Lamentablemente y muchas veces con un carácter ideológico, desde la segunda guerra mundial hasta la actualidad hemos sido testigos de como el terrorismo de estado se ha seguido empleando indiscriminadamente sin la atenuante de una situación de guerra o extrema necesidad. Las actividades de la CIA y la operación cóndor en Sudamérica, los atentados del GAL en España y las acciones de grupos de extrema derecha ligadas al aparato de seguridad del estado durante la transición, las campañas de contrainformación de la operación gladio en Europa que incluían la realización de atentados para responsabilizar a la extrema izquierda y desestabilizar las políticas nacionales, la muerte en extrañas circunstancias de líderes de organizaciones terroristas como las RAF alemanas o miembros del IRA (operación flavius), el hundimiento del rainbow warrior por parte del servicio de inteligencia francés, la eliminación sistemática de líderes de grupos terroristas en oriente medio por parte del mossad, son sólo algunos ejemplos de como el uso de la violencia por parte del estado ha adquirido un carácter preventivo o intimidatorio y se ha institucionalizado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Las torturas, la represión, la limitación de la libertad de expresión, el uso improcedente de la fuerza o la vigencia de la pena de muerte en muchos países son otras formas de abuso de poder por parte de los gobiernos y los estados.

La consecuencia de esto es que en la sociedad se ha asumido que el uso de la violencia y la suspensión de los derechos individuales son una responsabilidad del estado. De forma análoga, la oposición al estado encuentra a su vez sus argumentos para el uso de la violencia, violencia de estado contra violencia terrorista. Nada más lejos de mi intención que justificar el terrorismo. Ningún tipo de terrorismo.

En los últimos 50 años en general y en los últimos años en particular, parece haberse impuesto la filosofía de que en la lucha contra el terrorismo de las sociedades occidentales, todo es válido, incluida la suspensión del compromiso del gobierno con el estado de derecho y la legalidad. Hemos descrito con anterioridad algunos ejemplos de esta política de libertad de actuación. En la actualidad, los asesinatos selectivos llevados a cabo por los servicios de inteligencia siguen siendo un procedimiento común, prisiones como la de Guantánamo demuestran que el derecho fundamental a un juicio amparado por la ley sigue siendo vulnerado. Ninguna política de este tipo ha sido capaz de frenar el terrorismo. Al contrario, el número de organizaciones armadas que operan en el mundo e incluyen la violencia dentro de su ideario se ha multiplicado y la repercusión y envergadura de sus acciones también se ha visto incrementada. En todos estos casos, la defensa contra la violencia empleada por el estado es el principal argumento de estas organizaciones para justificar sus acciones. De esta forma el terrorismo se ha convertido en algo cotidiano y global y la violencia se ha abierto paso en nuestra sociedad. Tanto es así que en ocasiones, es una parte de la sociedad la que demanda la intervención drástica del estado contra el terrorismo como nuestra de fuerza. No puedo estar en mayor desacuerdo.

La posibilidad del uso de la fuerza por parte del gobierno viene marcada por la legalidad en las sociedades democráticas. El terrorismo de estado y el abuso de autoridad han estado a punto de convertir las democracias occidentales en meras pantomimas de un teatro orquestado desde los servicios de inteligencia y determinados grupos de poder. La consecuencia de esta política de libertad de actuación ha convertido en terrorismo en un problema global y ha dado alas a los argumentos con los que estas organizaciones reclutan a su militancia. Lejos de mantener apartada la violencia de la sociedad, le ha abierto un hueco para que se asiente. Mientras la sociedad occidental dedica sus esfuerzos a intentar exportar su sistema democrático como un referente de garantía de las libertades a otras sociedades, el estado de derecho es puesto en entredicho y el poder se otorga al paraestado. El uso de la violencia no es en ningún caso un privilegio del estado, sino una consecuencia derivada de la aplicación de las leyes y el respeto a los derechos individuales de los ciudadanos. Este principio, muy lejos de representar la debilidad que muchos critican para imponer el imperio del orden, es el marco en el que el estado encuentra su legitimidad.

Llevaba algún tiempo planteandome la forma de enfocar un tema tan delicado. Pese a haberlo puesto de manifiesto con anterioridad, no quiero que en ningún caso este texto se interprete como un alegato al terrorismo o una justificación para ningún tipo de violencia sea cual sea el origen de esta. En mi opinión, el rechazo incondicional de la violencia en nuestra sociedad es el medio más eficaz en la lucha contra el terrorismo y es por eso por lo que creo que desde el 11-S, la política de los Estados Unidos y las sociedades occidentales en este ámbito no ha hecho sino agravar el problema. Con frecuencia la realidad arroja sobre nosotros sorprendentes paradojas; en este caso, en la aparente vulnerabilidad de la una sociedad realmente democrática, radica su verdadera fuerza.

Este es un tema que admite muchas y muy diferentes interpretaciones. Sólo alguno de los hechos que nos han servido de ilustración podrían por sí solos ser objeto de una profunda investigación y debate. Espero sin embargo que al menos, estas lineas sean un punto de partida para un intercambio de diferentes opiniones. Sin más me despido de vosotros.

Un cordial saludo.

Hunter.


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