martes, 24 de noviembre de 2009

Globalización, neocolonialismo, política exterior y estrategias corporativas

Hola a tod@s.

Desde hace algunos años, el término globalización ha extendido su uso en nuestra sociedad hasta convertirse en algo cotidiano. Su significado es tan amplio que en ocasiones parece referirse a hechos opuestos o significativamente diferenciados. Por un lado se emplea al hablar del acceso a la información en tiempo real y a las nuevas tecnologías, de igual forma, es utilizado a menudo para constatar la evolución de los medios de transporte e infraestructuras que posibilitan a los ciudadanos de las sociedades desarrolladas desplazarse a casi cualquier lugar del planeta. En otras ocasiones, nos referimos a la globalización desde un punto de vista económico, considerando la libre circulación de valores en los mercados y las corporaciones multinacionales. Algunos tratan de encontrar en este indefinido proceso una posibilidad para universalizar valores fundamentales como los derechos humanos, la libertad de expresión o la democracia, otros en cambio, ven en la globalización una amenaza para la identidad cultural diferenciada y una imposición de un criterio y pensamiento únicos. A pesar de ser un término con un significado o significados tan complejos, posiblemente su origen es más sencillo.

Salvo contadas ocasiones, a lo largo de la historia, el desarrollo económico y cultural se ha basado en la conquista y la dominación. Este proceso permitía el acceso a nuevos recursos naturales, medios de producción y mano de obra. De esta forma, imperios y naciones hegemónicas se han sucedido en el tiempo convirtiéndose en referencias de su época. El poder militar y tecnológico, eran la clave para su supervivencia y supremacía. A principios del siglo XX, esta estructura de dominación encuentra su punto culminante. Casi la totalidad de Asia y África estaba formada por colonias de países industrializados y otras muchas naciones de estos continentes, América y Oceanía dependían para mantener su independencia de acuerdos comerciales y estratégicos con otras potencias. La primera y la segunda guerra mundial, encuentran su origen en la disputa de esta hegemonía global. La segunda mitad del siglo XX, viene marcada por la guerra fría y el enfrentamiento de dos bloques antagónicos. Con la carrera de armamento nuclear y la amenaza mutua de destrucción masiva, esta estrategia de conquista y dominación que había marcado el curso de la historia, alcanza un punto de no retorno. La imposibilidad de expansión lleva a finales de la década de los 80 al colapso de la economía de la Unión Soviética y el final de la guerra fría. Este es el punto de partida para la globalización. A pesar de que gran parte de los fenómenos que hoy en día se asocian a este término tienen su origen mucho tiempo antes, el entorno en el que se desarrollan se ha visto modificado sustancialmente. La definición de esta nueva situación mundial nos lleva al nacimiento del concepto actual de globalización. Por primera vez en la historia, desaparece la situación de equilibrio entre potencias que había regido el destino del mundo desde la edad moderna.

Tras la caída del telón de acero, muchos analistas, economistas y políticos interpretan que este hecho representa la victoria definitiva e incondicional del bloque occidental. Esto supone no sólo la consolidación de sus principios sociales y económicos, sino el derecho a imponerlos a nivel internacional. El sistema capitalista, la economía de mercado y la sociedad de consumo se presentan como valores incuestionables. Sin un enemigo político, militar y estratégico, la sociedad occidental exporta su estructura al resto de países. En este caso, no es necesario imponer estos criterios por medio de las armas o la dominación militar, las compañías multinacionales y las grandes corporaciones son las encargadas de llevar a cabo esta trasformación. Sin un equilibrio de fuerzas político internacional y diferentes bloques enfrentados, las naciones menos desarrolladas no encuentran otra opción para su supervivencia que aceptar las directrices del banco mundial y el fondo monetario internacional. Este es sin duda el aspecto más criticado de la globalización económica, puesto que la única forma de asegurar el desarrollo de un país, pasa necesariamente por aumentar la deuda externa, ceder a las condiciones de los organismos económicos internacionales y realizar acuerdos comerciales con corporaciones multinacionales que garanticen la explotación de los recursos naturales.

Esta estructura política global ha creado un nuevo tipo de colonialismo económico. Las empresas multinacionales desembarcan en los países en desarrollo aprovechando la necesidad de inversión extranjera, imprescindible para reducir la deuda externa, a cambio de acuerdos que les aseguran pingües beneficios y monopolios de explotación. A muchos de estos países llega también un híbrido de democracia donde los problemas de este sistema político en la sociedad occidental aparecen amplificados y alcanzan una dimensión aberrante. Las campañas políticas se financian con el dinero de las grandes corporaciones y forman parte de la disputa por las áreas de influencia entre las mismas. La corrupción generalizada, lejos de entenderse como un problema, se convierte en un aliado que garantiza la posibilidad de influir de forma efectiva en los gobiernos y en la política nacional. Se incentiva la formación de una nueva clase social de potentados y una oligarquía económica en las zonas en vías de desarrollo cuyos intereses coinciden en cualquier caso con los de las corporaciones internacionales. El desequilibrio social se incrementa, y el desarrollo cultural o el acceso servicios sociales como la sanidad o la educación se convierten en un problema secundario.

Paralelo a este proceso, se produce de forma simultanea una revolución tecnológica sin precedentes. El final de la guerra fría representa también un importantísimo parón en la carrera armamentística global. La tecnología amplía su campo de investigación en el entorno civil. Nuevos avances como internet llegan a muchos hogares en las sociedades desarrolladas y la era de la información extiende su red resultando casi imposible establecer sus límites. Sin un enemigo tangible y sin el miedo a un conflicto bélico mundial como factor unificador de la sociedad, el mundo occidental comienza a plantearse la realidad de los valores que se presentan como pilares fundamentales de su victoria. Los desequilibrios económicos generados por la política de las empresas multinacionales, la política exterior y militar de los países occidentales, plegada en la mayoría de los casos a intereses comerciales, y la explotación incontrolada de los recursos comienzan a ser cuestionadas. Resulta cada vez más complicado manipular a la opinión pública.

En los países en desarrollo, se produce sin embargo el fenómeno contrario. En muchas ocasiones, el capital occidental se emplea para dominar los medios de comunicación e influir en la política nacional. Aprovechando el escaso nivel cultural, los medios limitados de sus ciudadanos y la corrupción generalizada, las grandes corporaciones y los intereses económicos encuentran la forma de convertirse en grupos de poder dentro de estas sociedades. Como si el tiempo hubiera retrocedido en estas regiones, las mismas estrategias de propaganda y presión, los mismos métodos de discriminación y violencia que convirtieron el siglo XX en un gran campo de batalla, se emplean en África, Asia o América Latina sin ningún reparo.

En 1994, se produce el genocido de Ruanda. Esta matanza étnica, llevada a cabo por la comunidad hutu contra los tutsis, conmociona a la comunidad internacional. El origen de esta disputa tiene sus antecedentes en el colonialismo del siglo XIX. La estrategia de apoyar a una etnia o tribu para someter a su rival, o simplemente fomentar los enfrentamientos entre las mismas para debilitar su poder se había usado con frecuencia como un recurso en la expansión colonial. Durante la conquista colonial de África, los belgas se habían servido del poder de los tutsis para imponer su dominio en la región. Tras la independencia de Ruanda a principios de la década de los 60, la mayoría hutu alcanzó el poder y muchos tutsis que hasta entonces habían formado la clase dirigente del país se exiliaron a países vecinos como Burundi. Al contrario que los belgas y los alemanes, el aliado histórico de Francia en el país desde su intervención colonial en Centroáfrica eran los hutus. De esta forma, los intereses comerciales franceses y su influencia en la zona se vieron beneficiados por los nuevos gobiernos tras la independencia. Los gobiernos occidentales, las compañías comerciales y las corporaciones no dudaron en utilizar en su provecho el enfrentamiento entre ambas comunidades.

A principios de la década de los 90, la tensión entre ambas etnias es casi insostenible. La economía del país se asienta en las exportaciones de café, que representan la mayoría de su PIB. En 1989, los precios internacionales de esta mercancía se desploman golpeando con dureza la estructura económica. En 1994, el asesinato del presidente del país, Juvenal Habyarimana (de la etnia hutu) y el avance de los rebeldes del frente patriótico ruandés, con mayoría tutsi, crean el clima propicio para el desastre. Las emisiones de radio televisión libre de las mil colinas animando e instando a la comunidad hutu a enfrentarse contra los tutsis calan en una sociedad muy desgastada. Se crean las milicias Interhawme (golpeemos juntos) y el genocidio da comienzo. A pesar de las muestras evidentes del desastre humanitario, las naciones con intereses en la zona se muestran reticentes a intervenir por miedo a perjudicar sus exportaciones. Para la financiación de radio mil colinas y de las milicias hutus responsables del genocidio se empleó dinero procedente de ayudas de compañías occidentales, del banco mundial y el fondo monetario internacional. Finalmente fue necesaria la intervención de la ONU para detener el conflicto y el control del país recaló en el frente patriótico ruandés. Como resultado de esta escalada de violencia, se calcula que entre 500.000 y 1.000.000 de personas (un 10% de la población y 4/5 partes de la comunidad tutsi) fueron asesinadas. Además del drama humano, la destrucción de infraestructuras y cientos de miles de refugiados, este enfrentamiento local se extendió en la zona a países limítrofes convirtiendo la región de los grandes lagos en una zona de guerra. La inestabilidad en esta región de África se ha perpetuado hasta nuestros días.

En Congo, antiguo Zaire, estas tensiones encuentran el medio propicio para extenderse. En 1960, con el apoyo y la intervención de la CIA y los gobiernos norteamericano y belga, Mobutu Sese Seko alcanza el poder. Las potencias occidentales habían decidido intervenir para derrocar al primer ministro Patrice Lumumba, cuyas ideas renovadoras y su intento por africanizar el ejercito y la administración pública se interpretan como un acercamiento a la Unión Soviética y un esfuerzo por limitar la influencia occidental en el país. Hasta el final de la guerra fría, Mobutu Sese Seko contó con el apoyo internacional presentándose como un freno al marxismo en el África subsahariana. A pesar de las denuncias sobre crímenes contra los derechos humanos durante su mandato, la corrupción y el progresivo empobrecimiento del país, las ayudas y el apoyo de los gobiernos occidentales no cesaron durante 30 años. Desde la caída del telón de acero, la importancia estratégica del dictador dejó de ser relevante y los diferentes grupos opositores organizados en guerrillas encontraron medios para incrementar su influencia y se convirtieron en una amenaza real para el régimen.

Entre 1996 y 1997 tiene lugar la que se conoce como primera guerra del Congo. A pesar de tratarse de un conflicto que se había prolongado durante mucho tiempo, es durante estos años cuando los enfrentamientos se recrudecen y la comunidad internacional vuelve a depositar su atención en el país. La tensión étnica entre hutus y tutsis juega un papel importante en esta guerra. Tras la llegada al poder de los tutsis y el frente patriótico en Ruanda, se calcula que aproximadamente dos millones de refugiados hutus (antiguos combatientes de las milicias de Interhawme) cruzan la frontera de Zaire y continúan su lucha contra las comunidades tutsis congoleñas. El presidente Mobutu, que había perdido gran parte del control del país, apoya a los refugiados hutus con la esperanza de fortalecer su poder ya que en estas comunidades, llamadas Banyamulenge, el apoyo a la guerrilla es muy importante. En 1996, los tutsis son expulsados de la provincia de Kivu del Sur y se revelan formando junto a las milicias rebeldes la alianza de fuerzas democráticas para la liberación del Zaire (AFDL), liderada por Laurent-Desiré Kabila. La AFDL obtiene el apoyo de los principales gobiernos de la región de los grandes lagos (principalmente Ruanda y Uganda), que ven en el conflicto una oportunidad para apoderarse de las explotaciones de coltán en el este del país. Huérfano del apoyo de las potencias occidentales, el gobierno de Mobutu se desmorona y el dictador abandona el país exiliándose en Marruecos. El 20 de Mayo de 1997, Laurent Kabila toma oficialmente el poder cambiando el nombre de Zaire por el de República Democrática del Congo.

Al llegar al poder, Kabila encuentra un país desgarrado por la guerra civil, sumido en un conflicto étnico latente y ocupado parcialmente por fuerzas armadas de países vecinos como Ruanda y Uganda, cuyo interés se centra en la explotación de los recursos naturales del Congo. Consciente de que la presencia de estas fuerzas extranjeras forma parte del precario apoyo con el que cuenta el nuevo presidente para formar gobierno, Kabila trata de limitar paulatinamente su influencia y de recuperar el control de las zonas del país ocupadas. Esta política incluye un giro en su estrategia sobre el conflicto étnico y un acercamiento a las comunidades hutus (que había apoyado con anterioridad a Mobutu). La defensa de las comunidades tutsis es la excusa perfecta para los gobiernos de Ruanda y Uganda para hacerse con el control total del este del país en 1998 y se desata una nueva guerra civil, conocida como la segunda guerra del Congo o primera guerra mundial africana. En esta disputa, la explotación de las minas de oro, de diamantes, de coltán y de cobalto tiene una importancia vital y al igual que en genocidio de Ruanda, los intereses económicos se convierten en el motor del conflicto y en el principal medio de financiación de la guerra.

Mientras los enfrentamientos se recrudecen, otros países como Namibia, Zimbabwe, Chad, Angola, Libia o Sudán toman partido a favor del presidente Kabila globalizando y extendiendo el conflicto en África. Tras varios intentos de tomar Kinshasa por parte de los rebeldes que están a punto de lograr su objetivo, la intervención de estos países africanos consigue estabilizar el frente lejos de la capital. Las tensiones entre los aliados de ambos bandos, cuyo interés en cualquier caso es el control de los grandes recursos naturales del país, llevan a la población del Congo a una situación insostenible de guerra donde resulta imposible definir bandos claramente diferenciados. El conflicto degenera en una situación de violencia extrema y generalizada donde los señores de la guerra ejercen el dominio absoluto de las zonas bajo su control. A finales de 1999, Estados Unidos, Alemania, Paraguay, Argentina y Francia se muestran dispuestos a intervenir y la ONU ordena el envío de observadores al país. Se suceden periodos de tregua y nuevos enfrentamientos. En Enero de 2001, el asesinato del presidente Laurent Kabila genera una nueva crisis en el conflicto.

En Julio de 2002, tras otros dos años plagados de nuevos enfrentamientos e incursiones contra la población civil, el debilitamiento de ambos bandos lleva a la firma del acuerdo de paz de Pretoria que nominalmente pone fin a la guerra. El hijo de Laurent Kabila, Joseph Kabila, recibe el apoyo de los países occidentales y es elegido nuevo presidente del país. A pesar de este tratado, la inestabilidad en la zona no desaparece y numerosos grupos armados continúan operando en Congo. El control de los recursos naturales sigue en poder de otros países (como en el caso de las minas de coltán del este del país en manos de Uganda y Ruanda) y las corporaciones multinacionales aprovechan este hecho para obtener márgenes de beneficio mucho más amplios. Independientemente del bando en el que lucharan durante la guerra, todos los países de la zona comparten un interés común en que el gobierno del Congo siga mostrando una debilidad que garantice su influencia limitando el desarrollo del país. En los medios de comunicación occidentales y en los libros de historia, todos estos hechos no son más que unas pocas lineas.

Se calcula que el número de víctimas mortales debidas directamente al conflicto bélico en el Congo se eleva a 3.500.000. Si tenemos en cuenta los millones de desplazados, las epidemias y el deterioro de las infraestructuras y servicios, el número total de víctimas es prácticamente imposible de cuantificar. Tras la segunda guerra mundial, la guerra africana en Congo se ha convertido en la segunda guerra más violenta en la historia de la humanidad y ha generado una situación de tensión e inestabilidad que amenaza a todo el continente. Las consecuencias del conflicto incluyen millones de refugiados, desastres ambientales imposibles de evaluar, un deterioro del proceso de democratización y de aplicación de los derechos humanos en el África subsahariana y la posibilidad de que hechos similares se repitan en otros países de la zona.

Si bien en África es donde las consecuencias de este fenómeno del neocolonialismo han tomado una dimensión dramática, su influencia no se ha limitado a este continente. En Asia, parte de las inversiones de las compañías multinacionales se dedican a sobornos y a la financiación de campañas de desinformación y manipulación de la opinión pública. En países como India, la legislación medio ambiental y la situación laboral permite a las empresas occidentales reducir costes de producción gracias a un sistema similar a la esclavitud y pasar por alto convenciones internacionales sobre medio ambiente. En Indonesia, las explotaciones petrolíferas, madereras y minas de oro explotadas por compañías estadounidenses y europeas cuentan con sus propias milicias de seguridad y con el apoyo del ejercito para mantener el control de la población en estas áreas. La guerra de Irak o los intentos de occidente por mantener el dominio en el golfo pérsico y oriente medio, son sólo algunos ejemplos de la expansión de esta nueva política colonial económica.

En Latinoamérica, el final de la guerra fría supone el declive de las dictaduras militares que anteriormente, con el apoyo de los Estados Unidos, habían asolado casi en su totalidad el cono sur y Centroamérica. Los nuevos gobiernos democráticos se encuentran con una alarmante deuda externa, una economía frágil y dependiente de las inversiones occidentales y un sistema financiero a punto de desmoronarse (como de hecho sucedió en Argentina). Una vez más estos países no tienen otra opción que recurrir a los créditos del fondo monetario internacional y el banco mundial y plegarse a los criterios de austeridad que estos organismos les imponen o solicitar la ayuda directa de otros gobiernos. Estas exigencias incluyen la privatización de los medios de explotación de los recursos naturales y de las comunicaciones. Las compañías multinacionales occidentales se hacen con el control efectivo de estas industrias condicionando aun más el crecimiento económico a cambio de su inversión de capital y tecnología. Estas políticas encuentran sin embargo una respuesta airada y la oposición de una parte importante de la población. Comunidades indígenas, asociaciones de trabajadores y los sectores menos favorecidos organizan protestas por todos los países de la región.

Un pasado dominado por las dictaduras militares y las exigencias de los organismos económicos internacionales tienen como consecuencia un incremento notable del apoyo electoral a los grupos socialistas y socialdemócratas. En 1999 el antiguo militar golpista Hugo Chavez se hace con el poder en Venezuela. Desde entonces su discurso populista y su denuncia sobre la injerencia económica de los países desarrollados en la economía ha servido para fundamentar su apoyo popular. En 2003, Lula da Silva es elegido presidente en Brasil. En 2006, Evo Morales gana las elecciones en Bolivia, Michelle Bachelet llega a la presidencia en Chile y Rafael Correa, en Ecuador. Un año más tarde, el sandinista Daniel Ortega es reelegido en Nicaragua. El panorama político latinoamericano debería reflejar el intento de aunar el desarrollo económico sostenible con una política social que cuente con el respaldo internacional.

Sin embargo, sucesos como la guerra del agua en Cochabamba, Bolivia, ponen de manifiesto que el desconocimiento y que en las compañías multinacionales se valore exclusivamente la rentabilidad, llevan a situaciones contradictorias. Tras la privatización de los servicios de agua en Bolivia, un incremento en algunos casos de hasta un 40% en la factura del agua a los ciudadanos de Cochabamba provocó protestas masivas en Enero de 2000 que se extendieron a otras localidades encontrando el apoyo de otros grupos como las comunidades indígenas o las asociaciones de cocaleros. En Abril de 2000, el presidente Hugo Banzer, también ex militar golpista, declara el estado de excepción en La Paz. Las manifestaciones lograron el objetivo de detener el proceso de privatización de los servicios del agua. El fondo monetario internacional y el banco mundial mantuvieron sus exigencias de privatización del servicio para garantizar su gestión óptima y los créditos se congelaron. Desde entonces, no se han realizado ninguna mejora ni ampliación de los servicios de agua de Cochabamba, el abastecimiento sigue siendo deficiente y muchos de sus ciudadanos siguen sin suministro de agua potable.

Estos son sólo algunos ejemplos de como la esclavitud de las cifras y los criterios económicos han generado este nuevo fenómeno de neocolonización. A veces, viajando por otras zonas tan alejadas como Asia o África, nos sorprendemos cuando encontramos a alguien con una camiseta con el rostro de Bin Laden, o carteles de apoyo a bandas terroristas, o simplemente, nos asombra la desconfianza que provocamos. Mientras escribía este artículo, estaba leyendo Molloy, una novela de Samuel Beckett. En un momento de la narración, uno de los protagonistas, un mendigo, cuando una asistenta social trata de hacerle tomar una comida en una comisaria donde ha sido interrogado describe: “No, realmente no conozco defensa alguna contra el gesto caritativo. Hay que inclinar la cabeza, con las manos confusas y temblorosas, y decir gracias, señora; gracias, buena señora. El que no tiene nada no tiene derecho a despreciar la mierda....”. Mientras no seamos capaces de cambiar esta percepción respecto a la colaboración internacional, no tendríamos de que sorprendernos. Sucesos como los descritos con anterioridad son la consecuencia inevitable.

Se que como siempre me he extendido más de la cuenta. Se trata en cualquier caso de un tema de actualidad que extiende sus ramificaciones a lo largo y ancho del mundo. De como seamos capaces de resolver el problema del desequilibrio económico global depende la posibilidad de crear un marco equitativo y pacífico de convivencia, de reducir la inmigración ilegal, de asegurar la explotación sostenible de los recursos naturales y de evitar que conflictos como los que asolaron Ruanda o Congo no vuelvan a repetirse. Se que se trata en cualquier caso de conceptos complejos, espero que al menos, todo esto no os aburra soberanamente. Quedo a la espera de vuestros comentarios.

Un cordial saludo.

HUNTER

sábado, 24 de octubre de 2009

La obediencia, el control social y el experimento de Milgram

Hola a tod@s.

En este artículo, vamos a alejarnos un poco de la historia y la política y enfrentaremos nuevos campos como la psicología o la sociología. En artículos anteriores hemos tratado hechos significativos que a lo largo del tiempo han dejado su marca en la historia. Estos sucesos, en muchas ocasiones incluían asesinatos, torturas y otras conductas criminales. En este caso trataremos de investigar cuales son las causas y el proceso que lleva a determinados individuos a participar en estas acciones. Dejando de un lado motivaciones materiales que pueden ser la justificación de este tipo de comportamiento, nos centraremos en los mecanismos que llevan al ser humano a aislarse de cualquier sentimiento de conciencia y de responsabilidad sobre sus actos. Para ello, repasaremos algunos experimentos psicológicos y sociales que arrojan alguna luz sobre este tema.

El experimento de Asch.

El final de la segunda guerra mundial hizo públicos los horrores cometidos durante el conflicto por el régimen nazi. Mas allá de la violencia propia de una confrontación bélica, la opinión pública internacional no podía explicar como en Alemania, se había podido encadenar una atrocidad tras otra hasta institucionalizar de esa forma el asesinato y el genocidio. En los juicios de Nuremberg y en otros procesos que siguieron al final de la guerra, casi la totalidad de los acusados alegaron que en su participación en estos hechos, se limitaron a cumplir órdenes. Para la comunidad internacional, parecía impensable que la jerarquía de mando fuera capaz de anular cualquier indicio de reparo moral o respeto por los derechos humanos.

En 1951, Solomon Asch y su equipo realizan una serie de experimentos para analizar en detalle el poder de conformidad de grupo y el comportamiento gregario. Para ello, reunían un grupo de estudiantes en un aula a los que mostraban en una pantalla lineas verticales de diferente tamaño asociadas a una determinada opción, a, b o c. Más tarde se mostraba a los mismos en la pantalla una única linea para que identificaran su longitud con alguna de las opciones previas. En cada grupo, sólo uno de los estudiantes era el sujeto de observación, el resto, seguían las instrucciones del profesor Asch al pronunciar su respuesta. El objetivo del experimento era el de determinar si tras varias respuestas falsas, los sujetos de investigación se veían influidos por la dinámica de grupo y modificaban su respuesta en función de las contestaciones de sus compañeros. Este experimento es conocido como el experimento de Asch.

Aunque la mayoría de los alumnos contestaron correctamente, muchos demostraron un profundo malestar al responder de forma contraria al resto del grupo y un 33% de ellos, llegaron a modificar su respuesta optando por la solución mayoritaria. Los resultados de este estudio, demostraron que incluso en pequeños colectivos, el condicionamiento social de los individuos podía llevarlos a rechazar su percepción adoptando el criterio general.

El experimento de Robber's Cave.

De forma paralela, en 1954 los investigadores Muzafer y Carolyn Sherif idearon un estudio para analizar los fenómenos de exclusión y prejuicios en grupos sociales. En el experimento de Robber's cave (la cueva de los ladrones, nombre del parque estatal donde se realizó el mismo), se organizaron dos grupos de adolescentes de 11 años y se ubicaron en diferentes puntos del parque. Con la intención de que la integración de los muchachos con su grupo se realizara de la forma más rápida y eficaz, se reclutó para el experimento a chicos que no tuvieran un conocimiento previo, igualmente, todos pertenecían a grupos sociales similares. Durante los primeros días, se encargó a cada grupo organizar el campamento y asignar entre sus miembros las diferentes tareas. Sorprendidos, los experimentadores comprobaron que muy pronto, en cada uno de los grupos se establecieron jerarquías sociales internas y un fuerte vínculo de cohesión.

La segunda parte del experimento era la de forzar el encuentro de ambos clanes y provocar fricciones y desencuentros entre los mismos. Ninguno de los dos grupos sabía nada acerca de la existencia de su rival. El encuentro entre ambos se produce a partir de las tareas asignadas a cada bando. Este desconocimiento, provocó desde el principio la hostilidad entre ambos grupos. Para aumentar la tensión entre las dos facciones, los investigadores organizaron competiciones deportivas e intelectuales donde la victoria equivalía a la obtención de privilegios por parte del grupo vencedor o de la perdida de los mismos por parte del bando derrotado. La hostilidad y la beligerancia que estas actividades provocaron en los adolescentes obligaron a los investigadores a dar por finalizada de forma prematura esta fase del estudio ante el riesgo de que los enfrentamientos entre ambas facciones, pudieran conllevar algún tipo de amenaza.

La última fase del experimento consistía en fomentar la unidad entre los grupos rivales a partir de actividades y pruebas de cooperación entre los mismos. Los investigadores comprobaron que compartir una meta u objetivo común se transformaba en el principal vínculo de cohesión entre ambas facciones. El éxito de esta tercera parte del estudio fue tan rotundo, que ambos grupos insistieron en volver en juntos en el mismo autobús.

Del experimento de Robbers's Cave se obtienen varias conclusiones muy interesantes. La primera es la rapidez con la que se establecen jerarquías y roles sociales cuando se forma un nuevo grupo. A partir de este inicio, el grupo comienza a actuar como una comunidad y este hecho parece la base que rige este comportamiento. En segundo lugar resulta también evidente la facilidad con la que se generan tensiones y rivalidades entre dos grupos aislados. Estos son los mecanismos a través de los que se originan los prejuicios cognitivos que en muchas ocasiones, tiene su raíz en el desconocimiento. Por último, queda demostrado que una meta o riesgo común se convierte en el principal factor unificador de un colectivo. Este objetivo se convierte en una prioridad dejando al margen disputas internas o desacuerdos. Este es un hecho que políticamente se utiliza con frecuencia. La guerra de las Malvinas que Argentina emprendió en 1982 contra Gran Bretaña fue un intento desesperado de cohesionar una sociedad en claro proceso de desintegración. La teoría nazi del lebensraun o espacio vital, se elaboró con el mismo objetivo de unir un pueblo herido en su orgullo tras la derrota en la gran guerra. Durante la guerra fría, la amenaza de aniquilación ante el enemigo fue la herramienta que utilizaron ambos bandos sin interrupción para exigir el compromiso de sus ciudadanos. En los últimos tiempos, el terrorismo internacional se presenta con frecuencia a la opinión pública como una amenaza similar.

El experimento de Milgram.

Sin lugar a dudas, el estudio sociológico más sorprendente de los realizados en este sentido tiene lugar entre 1961 y 1963 en la universidad de Yale y se conoce con el nombre de experimento de Milgram. Pocos meses antes, en Jerusalén se había condenado a muerte al criminal nazi Adolf Eichmann, que tras una operación del mossad en Argentina, había sido llevado a Israel para ser sometido a juicio. A lo largo de todo el proceso, emitido en televisión, Eichmann alegó que todos sus actos criminales habían sido cometidos obedeciendo órdenes superiores. De alguna forma, el experimento de Milgram está relacionado con esta defensa. El objetivo del estudio no era otro que el de establecer los límites reales de la obediencia a través de proceso complejo que sometía a diferentes individuos a situaciones de estrés donde sus principios personales eran enfrentados a la obediencia ciega.

Para desarrollar su experimento, Milgran contaba con tres colaboradores. Uno de ellos era el investigador a cargo de la sesión. Los otros dos eran los supuestos sujetos de la investigación que debían desempeñar los papeles de alumno y maestro, aunque realmente, uno de ellos estaba de acuerdo con el investigador. Entre estos dos individuos se realizaba un falso sorteo con unos papeles donde era asignado el rol de cada uno de ellos al azar. En realidad, ambas etiquetas asignaban el papel de maestro por lo que el falso sujeto de investigación, asumía siempre el papel de alumno. A continuación el investigador explicaba al maestro y al alumno el proceso de la sesión. El maestro debía realizar al alumno diferentes preguntas que junto a sus respuestas eran suministradas por el investigador. En caso de que se ofreciera una respuesta errónea, el maestro (único sujeto de investigación real) debía aplicar a través de un panel de control en su mesa una descarga eléctrica al alumno. El voltaje de esta supuesta descarga variaba entre los 30 y los 450 voltios. Para ello se emplearían varios electrodos sobre el cuerpo del alumno. Antes del inicio de la experiencia, se aplicaba una mínima descarga tanto al maestro como al alumno para que comprobaran los efectos de la misma. El objetivo de esta prueba era comprobar hasta que punto un individuo presionado por una autoridad jerárquica, en este caso el investigador, era capaz de infligir dolor y sufrimiento a otra persona.

Con excepción de la descarga inicial, no se producía durante el desarrollo de la sesión ninguna nueva descarga. El maestro y el alumno eran separados para evitar el contacto visual entre ambos. Con anterioridad se habían realizado grabaciones con gritos y lamentos de dolor que se reproducían cada vez que el maestro aplicaba alguna descarga. El aumento del voltaje se elevaba progresivamente igual que la intensidad en las protestas y lamentos del supuesto alumno. A partir de los 300 voltios, el alumno dejaba de emitir ningún tipo de respuesta y el maestro era forzado a continuar con la prueba a pesar de ello.

Antes de comenzar el experimento, el equipo de Stanley Milgram estimó cual sería el resultado del estudio en función de encuestas realizadas entre adultos de clase media, estudiantes y psicólogos. Promediaron que la medía de voltaje a partir de la cual la prueba concluiría por la negativa del alumno a continuar sería de 130 voltios. Consideraron que el porcentaje de individuos que aplicarían el voltaje máximo se reduciría a unos pocos sádicos. Sin embargo, la experiencia obtuvo un resultado del todo inesperado.

Comprobaron que el 65% de los sujetos de investigación llegaron a aplicar el voltaje máximo de 450 voltios, si bien la mayoría de ellos, mostraron su disconformidad y cuestionaron los métodos de la prueba a lo largo de su desarrollo. Ninguno de los sujetos de investigación detuvo el experimento antes de los 300 voltios, nivel donde el alumno dejaba de emitir señales de vida. En casi dos tercios de los casos, la presión del investigador conseguía llevar el experimento hasta su límite. A pesar de la escasa justificación de la supuesta tortura aplicada y del hecho de que el papel del maestro y del alumno eran asignados en principio de forma aleatoria, los resultados de las pruebas demostraron que la obediencia a una figura jerárquica, se mostraba la mayoría de las veces capaz de vencer los valores personales de los individuos.

Se realizaron diversas variaciones del experimento en diferentes países y se obtuvieron resultados similares. Se comprobó que el prestigio de la institución donde se realizaban las pruebas resultaba un factor importante a la hora de que la presión del investigador diera su fruto (se realizó la misma experiencia a través de una entidad comercial y el porcentaje que alcanzó el límite de voltaje se redujo al 47,5%). De igual forma se verificó que el contacto visual del alumno, o el hecho de que el investigador se comunicara por teléfono con el maestro reducían sensiblemente el éxito de la prueba. En la casi todos de los casos en los que dos investigadores presionaban al maestro para continuar con el test, el voltaje aplicado era el máximo.

Los resultados del experimento de Milgram sacudieron a la comunidad científica internacional. Se criticó la ética de un estudio donde se sometía a los sujetos de experimentación a un estrés tal que les obligaba a llegar hasta el final del test. Se cuestionó la validez de los resultados del mismo por estos motivos. Lo cierto es que ni Stanley Milgram ni sus colaboradores esperaban llegar a estas conclusiones y comprobar que la autoridad del investigador llevaba en muchas ocasiones al maestro hasta el límite de la prueba. En cualquier caso, se puso de manifiesto la capacidad de la obediencia para hacer abandonar a un individuo sus principios morales y su capacidad para hacer infligir sufrimiento.

El experimento de la cárcel de Stanford
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Una década más tarde, uno de los colaboradores de Milgram, Philip Zimabrgo, llevó a cabo el experimento de la cárcel de Stanford. Para este conocido estudio, financiado por la marina de los Estados Unidos, se reclutó a veinticuatro jóvenes a través de anuncios en los periódicos y otros medios. La mayoría de los individuos seleccionados eran blancos, de clase media y todos eran estudiantes universitarios. Los participantes eran divididos en dos grupos, doce de ellos serían los guardias y otros doce los prisioneros. Un investigador realizaría las labores de alcaide y el propio Zimbardo, sería el superintendente.

Se recreó una prisión ficticia en el sótano de la facultad de psicología de la universidad de Stanford. El día del inicio del experimento, agentes de policía que colaboraban con la investigación, realizaron los arrestos de los doce prisioneros. Entre los guardias se repartieron uniformes, porras y gafas de espejo para evitar el contacto visual directo con los prisioneros. Estos últimos fueron obligados a llevar únicamente batas de muselina y sandalias. Uno de los objetivos del estudio consistía en fomentar la desindivilualización y la desorientación de los reclusos a través de estas acciones. Con ello buscaban situar a los prisioneros en una situación de inferioridad. Los guardias fueron advertidos de que a excepción del uso de la violencia física, cualquier otro tipo de acción destinada a mantener el orden en aquella prisión imaginaria, estaba permitido.

El experimento consiguió sus objetivos de forma vertiginosa. El segundo día, se desató un motín entre los reclusos. Para controlar a los prisioneros, los vigilantes hicieron uso de los extintores sin el consentimiento de los supervisores. Desde este punto, tanto los prisioneros como los guardias se identificaron completamente con su rol. Para evitar que se repitieran sucesos similares, los guardias trataron de dividir a los prisioneros separándolos en celdas diferentes en función de su conducta y haciéndoles creer que entre ellos había varios informantes. Pronto, los prisioneros rebeldes comenzaron a ser sometidos a vejaciones, humillaciones y castigos físicos. La higiene, la comida o incluso ir al baño se convirtieron en un privilegio para los reclusos que se otorgaba según su docilidad. Los castigos aplicados a los prisioneros, a los que en muchas ocasiones se le despojaban de sus colchones o se les obligaba a realizar tareas degradantes como limpiar los retretes con las manos, alcanzaron cada vez mayor sadismo. Varios intentos de fuga radicalizaron la actitud de los guardias.

Varios reclusos comenzaron a desarrollar trastornos psicológicos y emocionales. Los llantos, lamentos y el pensamiento desordenado se volvieron un hecho común en la prisión. Dos de los reos sufrieron traumas tan severos que tuvieron que ser reemplazados. Uno de los prisioneros de reemplazo, al descubrir las condiciones inhumanas de sus compañeros inició una huelga de hambre. El prisionero fue encerrado en solitario, humillado y presentado ante el resto como un alborotador. Se ofreció al resto del grupo entregar sus mantas para que este prisionero no fuera aislado pero esta oferta fue rechazada. Los guardias comprobaron como la efectividad de las acciones orientadas a dividir a los reclusos aumentaba su efectividad gracias a las humillaciones y actos degradantes. Las críticas que acerca de las instalaciones y las condiciones higiénicas y morales de los prisioneros realizaron personas ajenas al estudio, llevaron a Philip Zimbardo a suspender el experimento seis días después de su inicio y dos días antes de lo previsto. Los guardias demostraron su profundo malestar por el final precipitado del proyecto.

El experimento de la cárcel de Stanford pone de manifiesto el poder de la autoridad. Cuando la violencia o la represión se institucionalizan, es posible encontrar una justificación a los castigos, la humillación y el trato vejatorio. De igual forma, defiende la idea de que el comportamiento humano se basa más en la la situación en la que se encuentran los individuos que a su predisposición (ideas o valores personales). Según Zimbardo, la situación de autoridad en que se ubicó a los guardias los lleva a la aceptación de este hecho y el menosprecio de los prisioneros. Lo mismo sucede en el caso de los reclusos, ya que según los resultados de la experiencia, estos aceptan su posición de inferioridad frente a los vigilantes. Dando validez a los resultados de esta investigación, podría concluirse que los valores personales del individuo, se crean o se transforman en función de la situación de los mismos. En caso de que esto sea cierto, las posibilidades de modificar la conducta de los ciudadanos a través de estrategias de control social, son aterradoras.

Sin embargo el experimento de Stanford ha sido muy criticado no sólo por la falta de ética del mismo, sino también porque se cuestiona que por su desarrollo, se pueda extrapolar a situaciones reales. Los detractores de este estudio, entre los que se encuentra Erich Fromm, consideran que la internalización del papel a desempeñar por parte de guardianes y presos condiciona su conducta. Como si sólo se tratara de un juego de rol, donde los participantes actúan muchas veces como personajes, se cuestiona que los resultados obtenidos en caso no ser una simple simulación fueran los mismos. También se critica que una experiencia realizada con un grupo tan reducido pueda ser tomada como significativa. En cualquier caso, incluso los investigadores que participaron en el proyecto, aseguran haberse implicado de forma sustancial en el mismo.

La tercera ola
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Fuera del ámbito académico y universitario, también se realizaron estudios relacionados con estas cuestiones. En 1967, en Palo Alto, California, el profesor Ron Jones ideó un experimento para tratar de explicar a sus alumnos como el nazismo se había introducido en la sociedad alemana del periodo de entre guerras. Para ello dedicó una clase completa a imponer una mayor disciplina entre sus alumnos y creó una serie de estructuras formales a la hora de realizar preguntas o levantarse y sentarse al empezar o terminar la clase. Al día siguiente, enseñó a sus alumno un saludo propio y les informó que todo aquel decorado se trataba en realidad de un movimiento de carácter nacional. Sorprendentemente, el esfuerzo académico y la implicación de los alumnos en el experimento fue muy importante.

Pronto, estudiantes de otras clases acudían a la clase de historia. El profesor Jones, enseñó a sus alumnos el método para iniciar en el movimiento a nuevos adeptos y en pocos días, varios cientos de alumnos del instituto pertenecían a la tercera ola (nombre con el que identificaron a este nuevo grupo). Rob Jones se sorprendió de que la fidelidad de los miembros con la asociación fuera tal, que incluso comenzara a recibir denuncias de estudiantes que acusaban a sus compañeros de un comportamiento contrario a las leyes del movimiento. Intimidado con los resultados obtenidos durante su experiencia, Jones decidió poner fin al proyecto. Para ello explicó a sus alumnos que al día siguiente les mostraría un vídeo del líder nacional de la tercera ola. En lugar de esto, mostró a sus alumnos un documental sobre el nazismo y explicó a sus estudiantes la analogía entre el proceso de asentamiento del nazismo en Alemania y el experimento de la tercera ola.

Control social
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Estos estudios presentan características comunes. Todos se relacionan con métodos de control social y manipulación. Por lo general pensamos que la conducta de un individuo viene marcada por sus valores personales o ideales, pero estas experiencias ponen de manifiesto que estos principios pueden verse influidos de forma sustancial por diversos factores. El experimento de Asch demuestra que la tendencia gregaria o de asumir los principios mayoritarios o sociales puede en muchos casos minar la voluntad del individuo hasta el límite de modificar su percepción. Los experimentos de Milgram y de la cárcel de Stanford tratan de poner de manifiesto como la institucionalización de la represión y una posición de autoridad sirven como justificación para comportamientos inhumanos y de sadismo. Estudios como el de Robber's cave o la tercera ola nos muestran como se forma un sentimiento de superioridad en un grupo cerrado y como esa exclusividad provoca el rechazo o menosprecio de otros colectivos.

Los resultados de todas estas experiencias conmocionaron a la sociedad y a la comunidad científica. Todos tienden a indicar que los principios individuales pueden ser manipulados y modificados desde el ámbito social e institucional. Esta terrible aseveración, ha sido muy bien acogida en cambio por servicios de inteligencia, grupos políticos y organizaciones similares que a través de procesos análogos intentan influir y condicionar la conciencia social. Si damos valor a estas teorías, la posibilidad de que se repitan los sucesos que llenaron de horror la historia del siglo XX es mucho más real que la imagen que del mismo queda en nuestra memoria. En una sociedad donde aceptar las ideas predefinidas y el pensamiento único son un ejemplo de normalidad, en un mundo donde los convencionalismos se convierten en filosofía, el riesgo de que nuestra sociedad se convierta en el brazo ejecutor de estos crímenes, sigue vigente.

Siempre tengo la sensación de haber escrito demasiado. Cuando empecé a leer sobre este tema me pareció una oportunidad excelente para justificar este blog. A pesar del esfuerzo que supone recabar información y formar una opinión personal acerca de una cuestión, este es el único medio de que disponemos para asegurar la independencia de nuestro criterio. El principal objetivo de estos artículos es el de invitar a sus lectores a formar y justificar sus propias opiniones. Si somos capaces de hacerlo, las posibilidades de que seamos manipulados se veran reducidas.

Un cordial saludo.

HUNTER

martes, 13 de octubre de 2009

Las ruinas del fascismo

Hola a tod@s.

El 2 de Mayo de 1945, Berlín se rinde al ejercito soviético y el régimen nazi en Alemania llega a su fin. Con anterioridad había sido derrotada la Italia de Mussolini. Se hacen públicos los horrores de los campos de concentración, los experimentos médicos, las deportaciones masivas y las ejecuciones sumarias de las SS. Al juicio de Nuremberg, siguen diferentes procesos aliados para depurar las responsabilidades de genocidio y crímenes de guerra. Los horrores provocados por el nazismo y el fascismo en Europa salen a la luz. La victoria de los aliados parece acabar definitivamente con una ideología que tras casi seis años de guerra, firma su rendición incondicional. Desde entonces se nos ha vendido aquel hecho como la derrota definitiva del fascismo y la ideología nazi. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Cuando la derrota del eje parece inevitable, la guerra en Europa se transforma en una carrera hacia Berlín entre las fuerzas angloamericanas y el ejercito rojo. No es sólo el prestigio de reducir definitivamente a cenizas el poder del tercer reich lo que les empuja. Para los líderes aliados, es evidente que tras este conflicto bélico, una nueva confrontación contra el bloque comunista es inevitable. No se trata únicamente de una disputa ideológica. Después de una guerra que se ha prolongado durante tanto tiempo, la industria bélica es la base económica de las potencias implicadas. Una nueva distribución económica y política en Europa va a tener lugar y la reconstrucción del viejo mundo y el área de influencia de los vencedores se convierte en el principal punto de desencuentro. Antes del final de la segunda guerra mundial, fundamentar las bases del nuevo orden mundial se convierte en un objetivo para los servicios de inteligencia.

Con anterioridad a la caída de Berlín los soviéticos, los británicos y los estadounidenses compiten en el acceso a la tecnología militar alemana. Las tropas reciben órdenes de localizar laboratorios y fábricas de armamento y de retener a los técnicos, ingenieros y científicos encargados de las mismas. En función de los conocimientos y habilidades se les ofrece la posibilitad de continuar sus investigaciones en otro país evitando cualquier juicio o responsabilidad. Esta labor de reclutamiento de antiguos enemigos, abarca también otras áreas.

Pronto, los servicios secretos estadounidenses (OSS), se dan cuenta de que pueden aprovechar el aparato de seguridad del fascismo y la policía política como infraestructura para enfrentarse al bloque soviético. Gracias a esto disponían de acceso a información detallada, informes de actividades políticas en diferentes países y una red de informadores y colaboradores en Europa. En Italia, con la mediación de contactos en la policía como Federico Umberto D'Amato, más tarde responsable de los servicios de inteligencia, el príncipe Valerio Borghese, líder de la décima mas, es liberado y con él muchos de sus seguidores. La inteligencia italiana jugará un doble papel en la política de los Balcanes hasta el final de la guerra. Esa misma política, es seguida en el avance hacia Berlín y los comandos y espías que los alemanes dejan tras sus lineas para frenar a los aliados cortando sus lineas de transmisión y abastecimiento, son utilizados con el mismo propósito. Gracias a esta estrategia criminales como Klaus Barbie o Eichmann logran escapar a Argentina. Los nazis, los fascistas, los oustachis y los colaboracionistas, inhabilitados para la función pública, encuentran una nueva labor gracias a los servicios secretos.

Tras la conferencia de Yalta y la cumbre de relaciones exteriores de Moscú, se pone de manifiesto que la ruptura ente el bloque occidental y el soviético es irreversible. Con la mediación del vaticano, y la cruz roja internacional, muchos miembros del partido nazi consiguen eludir a la justicia y otros muchos son reclutados por gobiernos occidentales. En España, el régimen de orientación fascista del general Franco deja de ser un objetivo para convertirse en un posible aliado. A través del país los nazis encuentran una nueva ruta de escape. La escalada de tensión que llevará a la guerra fría se desata con la crisis del puente aéreo de Berlín o los conflictos en Polonia y los Balcanes. La lucha contra el comunismo es la prioridad del servicio de inteligencia norteamericano.

Una vez la guerra ha finalizado se firma el tratado de la alianza atlántica y nace la OTAN. Este será el organismo a través del cual los países del bloque occidental organizarán su oposición al bloque comunista. Los servicios de inteligencia norteamericanos sufren igualmente una gran transformación. La antigua OSS desaparece y surge la CIA en un intento de englobar los servicios secretos de los tres ejércitos y de seguridad nacional. La OTAN se convierte en la plataforma a través de la cual los servicios de inteligencia occidentales comparten información y establecen estrategias comunes.

Ante la eventualidad de un avance del ejercito rojo que pueda invadir Europa occidental, la CIA organiza a través de los servicios de inteligencia de la alianza atlántica una red de comandos que en caso de una ocupación soviética, puedan actuar de forma autónoma como una oposición interna. Las funciones principales de estos grupos Stay Behind son realizar acciones de asalto contra intereses estratégicos del enemigo, dificultar la creación gobiernos títere en sus correspondientes países y organizar focos de resistencia e inestabilidad. Para esta labor estos grupos son financiados y encargados de establecer depósitos de armas ocultos y tareas de información política para en caso de ser necesario, ejecutar a personalidades de la izquierda y la social democracia. Se crean campos de entrenamiento para estas nuevas unidades y entre otras maniobras de desestabilización, se realizan preparativos para organizar secuestros y operaciones de falsificación de moneda. Es la conocida como operación Gladio.

Para los servicios de inteligencia norteamericanos el comunismo es una ideología ampliamente extendida en Europa. Para formar estos grupos Stay Behind se establece contacto con enlaces que demuestren un profundo anticomunismo alejados de cualquier corriente liberal o de la democracia cristiana. El reclutamiento para estos comandos se realiza con frecuencia con miembros de los antiguos servicios de inteligencia nazis y la policía política. Aquellas personalidades que por su notoriedad deben permanecer ocultas, proporcionan información acerca de estos agentes a la CIA e inician los contactos con los mismos a cambio de su inmunidad por los crímenes de guerra. El resto de la selección se completa con miembros de los diferentes aparatos de seguridad del estado y de la extrema derecha.

Además de la liberación del príncipe Junio Valerio Borghese en Italia, en Alemania, Reinhard Gehlen, antiguo responsable de la inteligencia alemana en el frente del este, es elegido para construir los nuevos servicios secretos de Alemania Federal. En España, Otto Skozerny, jefe de los grupos de asalto especiales nazis, encuentra asilo en el régimen del general Franco. Gracias a la financiación del la inteligencia occidental y a la red Gladio, muchos criminales de guerra consiguen escapar. Desde estos grupos Stay Behind se crea y se financia la organización ODESSA que durante años se encargará, con la colaboración del vaticano, de ayudar a escapar a latinoamérica y oriente medio, a nazis perseguidos por la justicia.

En principio las actividades de los comandos de Gladio debían estar coordinadas con el ministerio de interior del país. Sin embargo, la actividad de estos grupos se inicia muy pronto después del final de la segunda guerra mundial. Las suspicacias acerca de la posición de los diferentes gobiernos respecto a sus actividades y la conexión directa con las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad del estado llevan a los comandos de Gladio a actuar de forma autónoma. En Italia, financian la campaña electoral de las elecciones de 1948 para oponerse a Palmiro Togliatti y el partido comunista que se presenta a las elecciones junto al partido socialista. El 14 de Julio de ese mismo año, el líder del PCI sufriría un atentado organizado por grupos fascistas. En 1950, intervienen en Bélgica en el asesinato del dirigente comunista Julien Lahaut, que tras el acuerdo de Leopoldo III con el régimen nazi, se opone a la coronación del rey Balduino.

En Estados Unidos, científicos como el ex ss Wernher Von Braun, participan en el desarrollo de cohetes y el proyecto espacial para el gobierno norteamericano. Argentina, es el principal importador de exiliados nazis que sin dificultad, se establecen en el país. La amplia colonia alemana y la posición favorable del general Perón permiten que muchos fugitivos por crímenes de guerra encuentren refugio en Argentina. El gobierno del general, profundamente católico, nacionalista, apoyado por los sindicatos y con una fuerte presencia militar, es junto a España el régimen más cercano al fascismo tras la segunda guerra mundial. Gracias al beneficio acumulado durante el conflicto mundial, en el que Argentina permaneció neutral hasta casi el mismo final de la contienda, Perón se permite traer un equipo de técnicos de la Alemania nazi que llegan a realizar sus propias investigaciones nucleares.

De esta forma, a finales de los años 40 y principios de los 50, a pesar de la caída del tercer de reich y de la Italia de Mussolini, el fascismo y el nacional-sindicalismo han encontrado una nueva ubicación en el panorama político mundial. En países como España y Portugal y en menor medida Argentina, regímenes similares a los derrotados en la segunda guerra mundial encuentran la aprobación de la comunidad internacional gracias a la guerra fría. A pesar de la condena unánime a los crímenes del nazismo, los responsables de estos hechos encuentran el medio de eludir la justicia, de establecer una posición de poder y de continuar influyendo en la política. En una nueva Europa que ha de reconstruirse y en América, el fascismo encuentra el medio de prolongar su legado.

Años mas tarde, cuando parece evidente que una invasión de Europa occidental por parte del pacto de Varsovia no es inminente, el interés de la agencia de inteligencia norteamericana sobre las actividades de la red Gladio sufre un cambio sustancial. La CIA observa con preocupación como los partidos comunistas y socialistas en Europa ganan cada vez mayor influencia. La llegada al poder de la izquierda a través de unas elecciones democráticas es motivo de alarma. Las funciones de la red Gladio se orientan a la intervención en la vida política en cada uno de sus países. Los comandos reciben órdenes para infiltrase en los grupos de izquierda y establecer una estrategia de tensión que fortalezca la oposición al comunismo, la alerta social y la posición de las fuerzas armadas y el aparato de seguridad del estado. Tras los sucesos de la primavera de 1968, esta estrategia se desarrolla en toda su extensión.

En Italia, al amparo de los servicios de inteligencia se organiza la logia secreta P2. Esta asociación agrupa desde personalidades del sector financiero del país, a destacados miembros del estamento militar, los servicios secretos y el mundo de la derecha política. Su gran maestre, Licio Gelli, forma parte de la red Gladio desde su origen. Este grupo heterogéneo, con grandes conexiones con la Argentina de Perón y sus fuerzas armadas, ejercerá durante décadas un control y presión sobre el poder político, judicial y militar del país. Sus relaciones incluirán el lavado y blanqueo de dinero, la financiación de grupos armados de la extrema derecha y la red gladio, conexiones con la mafia e incluso operaciones para financiar grupos contrarrevolucionarios en América latina como la operación Irán-Contra. Su relación con el banco ambrosiano y la banca vaticana y personajes como Roberto Calvi o Michele Sindona llevarán finalmente a su descubrimiento en el mayor escandalo político de la primera república italiana. Esta logia incluía entre muchos de sus miembros a las más destacadas personalidades del mundo de los negocios, jueces y abogados, militares de alta graduación, políticos, periodistas y responsables de medios de comunicación.

Para limitar la influencia y el crecimiento del partido comunista de Italia, los comandos de la red gladio se organizan para iniciar una campaña de infiltración en los grupos de extrema izquierda y acciones terroristas de falsa bandera que en 1969 tiene su punto culminante. Tras un año de tensión donde las protestas de trabajadores y estudiantes se suceden por todo el país, se producen una serie de atentados y acciones de sabotaje con la que se intenta crear un estrategia de tensión entre la democracia y el comunismo que presente a los partidos de izquierda como una amenaza. Con la colaboración de los servicios de inteligencia italianos y norteamericanos, una explosión en la piazza fontana de Milán acaba con la vida de 18 personas y hiere a decenas más. Ese mismo día, otros tres artefactos explosivos son detonados en Roma y Milán sin causar víctimas mortales. Desde el principio se trata de responsabilizar del ataque a grupos maoístas de extrema izquierda. Las investigaciones de los cuerpos de seguridad del estado incluyen la muerte en extrañas circunstancias de un sospechoso anarquista. Comienzan a surgir dudas acerca de la participación en el atentando de miembros de la extrema derecha y del conocimiento acerca del mismo por parte de los servicios de inteligencia. Se producen varios juicios que implican a cargos del servicio secreto y militantes de extrema derecha como Franco Freda en contacto con la red Gladio. El ataque de piazza fontana nunca será completamente aclarado por la justicia. El objetivo de estos ataques no es otro que el de obligar al gobierno a decretar el estado de excepción y la ley marcial.

Un año más tarde, encabezados por el príncipe Junio Valerio Borghese, grupos de extrema derecha y las fuerzas armadas planean llevar a cabo un golpe de estado la noche del 7 de Diciembre. Entre sus planes está el secuestro del ministerio de interior, la toma de instituciones representativas y medidas para evitar un levantamiento popular. Se decretaría la ley marcial y se procedería a la ilegalización del partido comunista. Horas antes de llevarse a cabo, el golpe es descubierto y sus planes son abortados. Muchos altos mandos de las fuerzas armadas y la inteligencia italiana se ven involucrados en el proceso por el levantamiento.

Las acciones violentas de esta estrategia de tensión se suceden en Italia durante los años 70. El 21 de Mayo de 1972 se produce un ataque con un coche bomba contra los carabinieri en Peteano, al noreste de Italia, en el que mueren tres miembros del cuerpo. Las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia tratan de ocultar la participación de terroristas de extrema derecha como Vincenzo Vinciguerra o Stefano Della Chiaie y culpar del ataque a organizaciones anarquistas. La escasa capacidad de decisión para intervenir en el secuestro de líder de la democracia cristiana Aldo Moro en 1978 por parte de los servicios de inteligencia, también se relaciona a menudo con esta estrategia para evitar la formación de un gobierno de unidad que incluyera al partido comunista. La más sangrienta de las operaciones de falsa bandera realizadas por grupos de extrema derecha y con la colaboración o el conocimiento de los servicios secretos italianos y de la red Gladio tiene lugar el 2 de Agosto de 1980 en la estación de Bolonia. La explosión de un artefacto en la sala de espera acaba con la vida de 85 personas y deja mas de 200 heridos. Dos agentes del servicio de inteligencia italiano y Lucio Gelli, gran maestre de la logia P2 son implicados en la investigación por obstrucción a la justicia.

Esta serie de escándalos, unidos a los casos de corrupción y las relaciones de la clase política con la mafia llevará hasta el final de la primera república en Italia y a una crisis política e institucional de la que aun es posible observar sus consecuencias. En 1990, tanto el parlamento italiano como el parlamento europeo condenan las actividades de la red gladio en Europa y se comprometen a realizar una investigación de las mismas. Nadie ha sido condenado por estos hechos y estas investigaciones, nunca se han hecho públicas.

A pesar de que en Italia es donde mas operaciones de injerencia en la política por parte de la red Gladio han salido a la luz. El área de influencia de estos comandos se extiende por toda Europa occidental. En Francia, estos grupos financian y participan en la creación del grupo terrorista de extrema derecha OAS y de su campaña de atrocidades en Argelia y desestabilización política en Francia. En Bélgica, a mediados de los 80, coincidiendo con las protestas contra la instalación de plataformas de lanzamiento de misiles continentales en su territorio, se inicia una serie de sangrientos ataques contra supermercados y centros comerciales en la región de Brabante y atentados contra la gendarmería y las fuerzas de seguridad. Con el objetivo de que la opinión pública reclame una mayor autonomía y poder para el aparato de seguridad del estado, estas acciones se suceden durante varios años. El golpe de los coroneles en Grecia en 1967 o el de 1980 en Turquía cuentan también con la intervención de los comandos de la red Gladio. Las actividades de esta organización se extienden por otros países europeos como Austria, Suiza, Portugal o Luxemburgo.

En España, la dictadura de orientación fascista del general Franco se prolonga durante 40 años y es el refugio de numerosos altos cargos de la Alemania nazi y la Italia fascista. En este tiempo, la represión política y sindical, los crímenes contra los derechos humanos y las libertades individuales y la falta de libertad de expresión son una constante. La herencia del franquismo es una transición política llena de muertes y acciones violentas en la que numerosos problemas como el terrorismo o el desarrollo autonómico y una evidente fractura social son notables. El golpe de estado del 23-F es sólo un ejemplo de la tensión política del país. El régimen militar de Salazar en Portugal, también se perpetua hasta la revolución de los claveles de 1974.

En el continente americano, la política de injerencia del servicio de inteligencia estadounidense incluye también la defensa de los intereses económicos de compañías norteamericanas. Así sucede con el golpe de estado de 1954 en Guatemala, que durante más de 30 años se convertirá en una dictadura militar. Durante la guerra fría, el gobierno norteamericano apoya y organiza la instauración de regímenes dictatoriales en Sudamérica y Centramérica en su lucha contra el comunismo. Durante largos periodos los gobiernos militares y las guerras civiles se suceden en países como El Salvador, Nicaragua, la República Dominicana, Paraguay o Bolivia. La CIA organiza operaciones que incluyen el asesinato de dirigentes de la izquierda como Fidel Castro y la creación de escuadrones de la muerte. Desde la escuela de las américas, se adoctrina políticamente a la clase militar latinoamericana. En esta institución se formarán futuros dictadores como Hugo Banzer y el general Noriega.

En Chile, la agencia de inteligencia norteamericana participa en el golpe militar que supone el derrocamiento de Salvador Allende y la llegada al poder de Augusto Pinochet. La represión política, las torturas, las desapariciones y las violaciones de los derechos humanos que se producen tras la instauración del nuevo gobierno militar son fenómenos que se repiten en otros países americanos. En Paraguay, en el Salvador o en Bolivia las denuncias de malos tratos, torturas y asesinatos llegan hasta la comunidad internacional, pero el apoyo de los Estados Unidos, supone una garantía de reconocimiento y estabilidad exterior. A lo largo y ancho de Sudamérica se organizan y financian grupos paramilitares y contrarevolucionarios como la contra nicaragüense o los escuadrones de la muerte. En Sudamérica, refugiados nazis como Klaus Barbie en Bolivia, participan en el establecimiento de estos comandos.

En Argentina, al peronismo se suceden una serie de gobiernos militares con escasos periodos democráticos que se truncan en 1976 con el golpe de estado y los posteriores gobiernos de Videla, Massera y Gaitieri. Hasta 1983 la misma política de tortura y represión que en países vecinos se aplica para mantener el control social. A través de la CIA y la operación Cóndor, las diferentes dictaduras militares centroamericanas y del cono sur comparten información acerca de actividades políticas y colaboran en operaciones interterritoriales.

De esta forma, a pesar de que la caída de Berlín representa el símbolo de la derrota del fascismo y el nazismo, su influencia y su herencia en la vida política se extiende a lo largo de más de medio siglo a lo largo y ancho del planeta. Con la aprobación y la financiación de gobiernos democráticos se autorizan operaciones ilegales de terrorismo y se intentan manipular las democracias europeas. A pesar de su escaso apoyo social, el fascismo y la extrema derecha se convierten en un grupo de presión tolerado y organizado en ocasiones desde el propio estado. Dictaduras militares y nacionalistas que incluyen el culto a la personalidad de sus líderes, la tortura, el asesinato y el adiestramiento de escuadrones de la muerte, proliferan gracias a una nueva guerra ideológica y a la cruzada contra el comunismo. Ideas inherentes al fascismo y a la doctrina nazi como el nacionalismo, el establecimiento de valores ideológicos fundamentales de la nación o la necesidad de encontrar un enemigo común como factor unificador de la sociedad encuentran su eco en la actualidad en diversas teorías políticas. Fenómenos como el racismo, la xenofobia o la discriminación religiosa son comunes en sociedades desarrolladas.

Durante años de transformación, el fascismo ha dejado de identificarse con la segunda guerra mundial o la Alemania del tercer reich. Con la colaboración del mundo occidental ha adaptado su filosofía a un conservadurismo defensor de valores tradicionales que reclama con insistencia un fortalecimiento del aparato de seguridad del estado y la autoridad para la defensa de las libertades que en realidad, no supone más que la suspensión de las mismas. Las conexiones de estos grupos con el mundo financiero y las fuerzas armadas y sus relaciones ideológicas con otros colectivos como el clero suponen un medio de desarrollo para estas ideas. En 1933, en Alemania, también el sector industrial, parte de la burguesía y la iglesia alemana celebraron la llegada del partido nazi al poder y sus promesas para restaurar el orden y defender la nación. Lo mismo sucede en Italia en 1922 o en España en 1936. Después, fue tarde para evitar el desastre.

Con frecuencia los diarios de actualidad incluyen referencias y noticias relativas a actividades de la extrema derecha. El apoyo electoral a estos grupos ha crecido en países como Francia, Suiza, Austria o Rusia. Estas asociaciones políticas o actos suelen definirse como neo-nazis o neo-fascistas. Sin embargo su actividad, sus demandas y su ideología no son nuevas, no es difícil seguir su rastro a lo largo de la historia. La segunda guerra mundial y los horrores y atrocidades del régimen nazi parecen lejanos en el tiempo. Sólo cuando su simbología es desenterrada de forma evidente en alguna fecha señalada, parece regresar la memoria. Sin embargo, desde la caída del tercer reich hasta ahora, los crímenes contra la humanidad, las torturas, el culto a la personalidad y las mismas ideas, perduran.

Como siempre, me he enredado más de la cuenta para explicar algo que es posible que resulte mucho más simple. Seguramente haya incluido tantos datos en este artículo que es posible que no resulte fácil seguir el hilo. Espero al menos que alguien encuentre entre sus lineas un hecho que le obligue a pararse y pensar. No es fácil cuestionarse cual es la realidad de nuestro sistema político, en cambio, si que es seguro que es fácil caer en el engaño. Quedo a la espera de vuestros comentarios.

Un cordial saludo.

HUNTER

Alguna documentación añadida para aquellos a quien haya interesado el tema:
Documental operación Gladio de timewatch para la BBC (parte 1)

Documental operación Gladio de timewatch para la BBC (parte 2)

Documental operación Gladio de timewatch para la BBC (parte 3)

Artículo sobre la operación Gladio

Documental sobre las operaciones de la CIA en Latinoamérica

Documental sobre la escuela de las américas

Documental sobre operaciones clandestinas de la CIA

martes, 29 de septiembre de 2009

Los mecanismos de la violencia social y el terrorismo

Hola a tod@s.

Este mes se ha cumplido el octavo aniversario de los atentados contra las torres gemelas. Realizar un análisis de los resultados de la supuesta guerra contra el terrorismo que en aquel momento declaró la sociedad occidental frente a un enemigo invisible, ofrece un panorama desolador. En primer lugar es evidente que desde entonces, ni siquiera se ha alcanzado un acuerdo sobre la política para llevar a cabo esta tarea. Las intervenciones en países como Afganistán o Irak han supuesto y suponen aun un enfrentamiento entre la comunidad internacional, las decisiones unilaterales de los gobiernos en este tema han elevado el clima de tensión mundial hasta límites desconocidos desde el final de la guerra fría (basten como ejemplos la intervención de Estados Unidos en Irak o sus amenazas a Irán o Corea del Norte o la guerra en Georgia) y las campañas emprendidas contra el terrorismo han ofrecido un pobre resultado cuando no un completo fracaso. Lo más significativo y dramático es que el número de acciones terroristas a lo largo y ancho del planeta ha sufrido un aumento considerable. Ejemplos como los atentados de Madrid, Londres, Bombay, oriente medio o Pakistán ilustran este hecho. En lugar de arrinconar el terrorismo internacional, las medidas tomadas por los gobiernos occidentales en esta lucha parece no haber hecho más que extender el problema.

En cualquier caso, limitar este análisis a los hechos acaecidos en el mundo desde el 11 de Septiembre de 2001 nos ofrece sólo una visión parcial del problema. El problema del terrorismo radica en su fondo en el papel de la violencia en la sociedad. Los resortes que dan lugar a este tipo de acciones entierran sus raíces profundamente en la sociedad y sus valores y a partir de estos mismos principios, tratan de justificarse. En definitiva, el ambiguo valor que en la sociedad se otorga al uso de la violencia, es el origen de los argumentos que esgrimen los grupos terroristas para desarrollar su actividad.

Tanto históricamente como en el presente, encontramos gran cantidad de ejemplos sobre el uso y justificación de la violencia fuera de la legalidad por parte de estados, países y organizaciones internacionales. Algunos de estos ejemplos han llegado ha convertirse con el tiempo en hechos históricos celebrados por sus consecuencias que han quedado al margen de cualquier tipo de juicio ético o moral. Sin embargo, los mismos mecanismos que han servido de justificación al estado para llevar a cabo este tipo de acciones son los empleados por los grupos terroristas en la actualidad y la mistificación de los mismos que es promovida por los gobiernos y las bandas armadas, tampoco se diferencian en esencia. Veamos algún ejemplo concreto.

A principios de la segunda guerra mundial, Reinhard Heydrich se convierte en el nuevo reichprotektor de Bohemia y Moravia imponiendo con mano de hierro la política de represión nazi en el protectorado. Las ejecuciones y deportaciones se suceden y las ss se plantean importar esta política a otros territorios ocupados como Holanda o Noruega. Para evitar que este hecho pueda perjudicar la actividad de la resistencia en los países ocupados, los servicios de inteligencia británicos se plantean la acción de un comando para eliminar a Heydrich. Dos miembros de la resistencia checa son entrenados en Inglaterra para esta misión y el 27 de mayo de 1942, se realiza un ataque con granadas de mano contra el coche de Heydrich que tendrá como resultado su muerte unos días más tarde. Los miembros del comando se refugian en una iglesia pero son delatados y al verse acorralados, se suicidan. El asesinato de Heydrich trajo como consecuencia una campaña de represión por parte de las ss en todo el protectorado que incluyeron la matanza de Lidice. En total, más de 1300 personas fueron ejecutadas.

Con el paso de los años, los dos miembros del comando asaltante, Jan Kubis y Josef Gabcik, se han convertido en héroes nacionales y un símbolo de la resistencia checa a la ocupación nazi. Igualmente, desde 1943 es conocido que los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses trabajan con intensidad en preparar un atentado para acabar con la vida de Adolf Hitler y precipitar el final de la guerra en Europa. Los diferentes proyectos para acabar con la vida del tirano cuentan con la aprobación de los países aliados y por supuesto, con su justificación moral.

Sin embargo y en esencia, se trata en cualquier caso de actos terroristas. Estas acciones, incluyen la intervención de los servicios de inteligencia en un país extranjero, la ejecución sin juicio fuera de la legalidad y una acción de comando. Los crímenes cometidos por el régimen nazi, la importancia de los objetivos seleccionados para estas acciones, la situación desesperada y el estado de guerra sirven como justificación para estas acciones. El problema es que de igual forma plantean una duda real. ¿Puede el estado de derecho en una situación de emergencia recurrir al uso de la violencia fuera de la legalidad? Es una pregunta de difícil respuesta ya que en esta casi siempre ha de incluirse un factor ideológico. La ampliación del derecho del estado a recurrir a la violencia puede llegar a justificar actos como los fusilamientos sumarios en el frente nacional durante la guerra civil, o las matanzas de Paracuellos del Jarama, o incluso, la solución final de los nazis para el problema judío. El mecanismo de razonamiento (no así sus argumentos), es el mismo.

Con esto no quiero convertir este artículo en un problema de relativismo moral, o comparar el asesinato de Heydrich o las tentativas para acabar con la vida de Hitler con la deportación y exterminio de la población judía por los nazis. Mi objetivo en cambio es el de destacar que sólo en casos de extrema necesidad y situaciones donde resulte imposible aplicar la legalidad y siempre aceptando a priori que este tipo de actos suponen un descrédito y una solución desesperada del estado, acciones de este tipo pueden encontrar cabida. Aun así, ¿Quién determina si el estado ha agotado sus posibilidades antes de ejecutar este tipo de actos? En esta misma dinámica arbitraria, encuentran su justificación las organizaciones terroristas actuales.

Lamentablemente y muchas veces con un carácter ideológico, desde la segunda guerra mundial hasta la actualidad hemos sido testigos de como el terrorismo de estado se ha seguido empleando indiscriminadamente sin la atenuante de una situación de guerra o extrema necesidad. Las actividades de la CIA y la operación cóndor en Sudamérica, los atentados del GAL en España y las acciones de grupos de extrema derecha ligadas al aparato de seguridad del estado durante la transición, las campañas de contrainformación de la operación gladio en Europa que incluían la realización de atentados para responsabilizar a la extrema izquierda y desestabilizar las políticas nacionales, la muerte en extrañas circunstancias de líderes de organizaciones terroristas como las RAF alemanas o miembros del IRA (operación flavius), el hundimiento del rainbow warrior por parte del servicio de inteligencia francés, la eliminación sistemática de líderes de grupos terroristas en oriente medio por parte del mossad, son sólo algunos ejemplos de como el uso de la violencia por parte del estado ha adquirido un carácter preventivo o intimidatorio y se ha institucionalizado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Las torturas, la represión, la limitación de la libertad de expresión, el uso improcedente de la fuerza o la vigencia de la pena de muerte en muchos países son otras formas de abuso de poder por parte de los gobiernos y los estados.

La consecuencia de esto es que en la sociedad se ha asumido que el uso de la violencia y la suspensión de los derechos individuales son una responsabilidad del estado. De forma análoga, la oposición al estado encuentra a su vez sus argumentos para el uso de la violencia, violencia de estado contra violencia terrorista. Nada más lejos de mi intención que justificar el terrorismo. Ningún tipo de terrorismo.

En los últimos 50 años en general y en los últimos años en particular, parece haberse impuesto la filosofía de que en la lucha contra el terrorismo de las sociedades occidentales, todo es válido, incluida la suspensión del compromiso del gobierno con el estado de derecho y la legalidad. Hemos descrito con anterioridad algunos ejemplos de esta política de libertad de actuación. En la actualidad, los asesinatos selectivos llevados a cabo por los servicios de inteligencia siguen siendo un procedimiento común, prisiones como la de Guantánamo demuestran que el derecho fundamental a un juicio amparado por la ley sigue siendo vulnerado. Ninguna política de este tipo ha sido capaz de frenar el terrorismo. Al contrario, el número de organizaciones armadas que operan en el mundo e incluyen la violencia dentro de su ideario se ha multiplicado y la repercusión y envergadura de sus acciones también se ha visto incrementada. En todos estos casos, la defensa contra la violencia empleada por el estado es el principal argumento de estas organizaciones para justificar sus acciones. De esta forma el terrorismo se ha convertido en algo cotidiano y global y la violencia se ha abierto paso en nuestra sociedad. Tanto es así que en ocasiones, es una parte de la sociedad la que demanda la intervención drástica del estado contra el terrorismo como nuestra de fuerza. No puedo estar en mayor desacuerdo.

La posibilidad del uso de la fuerza por parte del gobierno viene marcada por la legalidad en las sociedades democráticas. El terrorismo de estado y el abuso de autoridad han estado a punto de convertir las democracias occidentales en meras pantomimas de un teatro orquestado desde los servicios de inteligencia y determinados grupos de poder. La consecuencia de esta política de libertad de actuación ha convertido en terrorismo en un problema global y ha dado alas a los argumentos con los que estas organizaciones reclutan a su militancia. Lejos de mantener apartada la violencia de la sociedad, le ha abierto un hueco para que se asiente. Mientras la sociedad occidental dedica sus esfuerzos a intentar exportar su sistema democrático como un referente de garantía de las libertades a otras sociedades, el estado de derecho es puesto en entredicho y el poder se otorga al paraestado. El uso de la violencia no es en ningún caso un privilegio del estado, sino una consecuencia derivada de la aplicación de las leyes y el respeto a los derechos individuales de los ciudadanos. Este principio, muy lejos de representar la debilidad que muchos critican para imponer el imperio del orden, es el marco en el que el estado encuentra su legitimidad.

Llevaba algún tiempo planteandome la forma de enfocar un tema tan delicado. Pese a haberlo puesto de manifiesto con anterioridad, no quiero que en ningún caso este texto se interprete como un alegato al terrorismo o una justificación para ningún tipo de violencia sea cual sea el origen de esta. En mi opinión, el rechazo incondicional de la violencia en nuestra sociedad es el medio más eficaz en la lucha contra el terrorismo y es por eso por lo que creo que desde el 11-S, la política de los Estados Unidos y las sociedades occidentales en este ámbito no ha hecho sino agravar el problema. Con frecuencia la realidad arroja sobre nosotros sorprendentes paradojas; en este caso, en la aparente vulnerabilidad de la una sociedad realmente democrática, radica su verdadera fuerza.

Este es un tema que admite muchas y muy diferentes interpretaciones. Sólo alguno de los hechos que nos han servido de ilustración podrían por sí solos ser objeto de una profunda investigación y debate. Espero sin embargo que al menos, estas lineas sean un punto de partida para un intercambio de diferentes opiniones. Sin más me despido de vosotros.

Un cordial saludo.

Hunter.